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Javier Menéndez Llamazares

Llamazares en su tinta

Pasión por el vinilo

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'.('Un recorrido por la Feria del Disco de Santander').'

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La feria, como la vida, es una continua fuente de sorpresas, encuentros y desencuentros. Encuentros como los de los coleccionistas locales, un mundo pequeño por lo reducido de su número y también porque, a lo largo del año, la oferta en Santander se encuentra tan localizada que resulta imposible no acabar coincidiendo, hasta que los rostros resultan ya familiares.

Pero no sólo se reencuentran los coleccionistas, porque la feria atrae a muchos visitantes, curiosos o simples paseantes que se acercan a husmear entre los puestos; a fin de cuentas, la música tal vez sea, junto con el cine, el arte más popular del último siglo; al menos, la música popular, pop y rock incluidos.

Y también hay encuentros que no por inevitables resultan menos gratos; por ejemplo, en el primer stand coloca y recoloca sus discos Antonio Pérez, un viejo conocido de la feria, pues era ya habitual en la época en que su sede era el Santemar. Pero su cara resulta también conocida para muchos de los veraneantes, y casi todos los coleccionistas que aprovechan los viajes a Madrid para proveerse de discos, pues regenta ‘Bangla Desh’, la mítica tienda de Costanilla de los Ángeles, un paraíso para completistas y otros viciosos del vinilo.

«Me tocó elegir entre tomar mi semana de vacaciones o venir a la feria de Santander; al final decidí compatibilizar las dos cosas», cuenta, justo antes de asegurar que la feria, por una vez, «va bien». Para la ocasión, se ha traído una buena selección de indie nacional, con algunas piezas inencontrables, como la primera edición de ‘Agujeros de gusano’ de Izal, con una tirada de tan sólo cien copias y que se financió por crowdfunding; de hecho, los benefactores aparecen en la portada del elepé.

Pared con pared nos topamos con Carlos Valle, uno de los mayores coleccionistas nacionales de psicodelia y rock cósmico. Pero sobre todo es conocido desde hace años por su puesto cada domingo en el mercadillo del túnel, cuya especialidad son las ediciones estadounidenses expresamente importadas para su tienda informal. Sorprende el curioso nombre elegido para su stand, ‘Caemu’. En seguida nos aclara con un guiño nostálgico que el acrónimo –Compañía Acústica Experimental de Música Utópica– era el nombre del grupo musical santanderino que fundó en su juventud.

A la feria ha traído, sobre todo, música de los sesenta y setenta, psicodelia, progresivo y hard rock. Entre otras delicatessen, ofrece un ejemplar de ‘Incense And Peppermints’ de Strawberry Alarm Clock firmado por la banda en un concierto en Bilbao, por el que pide 30 euros. Claro que la verdadera joya ya no está disponible: en un cajón de singles apareció un EP de ‘Los Nada’, el mejor grupo de Muriedas.

Curioseando por los puestos también puede verse a algunos músicos locales, como Pablo Gregor o David deLlera; al bibliófilo Roberto de la Lastra o al magistrado Ernesto Sagüillo. Hay sorpresas, como descubrir el alma melómana del gerente de la UC, Enrique Alonso, quien se toma su tiempo para inspeccionar uno a todos los vinilos de cada puesto. Los inevitables desencuentros llegan cuando ves volar el disco que más querías: le sucede a Cinta Suárez, que se ocupa de ayudar a los enfermos en Valdecilla. Buscaba el ‘Parallel lines’ de Blondie, pero no ha habido suerte. Al que suscribe le ocurre algo parecido en el túnel con un tipo que se le adelanta siempre; en el siguiente puesto le confirmarán que, efectivamente, hoy también él ha llegado antes.

En el siguiente puesto, Citadel Records, Esther ofrece láminas de motivos musicales enmarcadas a precios muy asequibles. «Hay que diferenciarse; mi fuerte es la decoración y la colocación», asegura. Y hay un cuadro de Nick Cave que me mira como si quisiera venirse conmigo a casa. Y por sólo 15 euros.

Me cruzo con Ana y David Gimeno, que es informático y además un base de baloncesto abnegado y generoso. En la bolsa que llevan se intuyen dos elepés, aunque no se transparenta lo suficiente para poder ver los títulos. «Es para mi suegro», me explican mientras me enseñan un disco de canciones montañesas y otro de Manolo Escobar.

El siguiente puesto está muy concurrido; en Discoloco mantienen una actividad febril, asistiendo a ferias o con su tienda virtual, aunque tampoco está de más echar un vistazo por su almacén de Collado Villalba: tienen prácticamente todo. Pero a la feria han traído además objetos de lo más friki, que a buen seguro harán las delicias de los cuarentolescentes. Hay muñecos de Kiss y pequeños Lord Vaders, pero lo que más lucen son las lámparas de tetris. Y son tuyas por 45 euros.

En Discos Cucos juegan en casa, y además apuestan por los precios populares, con cajones de elepés a un euro. Eso sí, el single ‘Surfin Safari’ de Melopea lo han tasado en 15 euros. Pero además tienen uno de los productos más buscados por los coleccionistas, las agujas de diamante, que cuestan entre 22 y 40 euros. Nos cuentan que los únicos que las fabrican en España son Fonestar, una empresa de Camargo. Y mientras se nos va los ojos al medio centenar de adaptadores para single que tienen escondidos al fondo de la mesa.

En la caseta de los jerezanos Disco por 1000 descubrimos que en los puestos no sólo se vende, sino que también se compra. Como les ocurrió en León, donde adquirieron la discoteca completa de un locutor de radio, Gelete. Dieciséis mil singles. Pero Juan de Dios prefiere mostrarnos sus otros discos estrella, como la discografía de Mar Otra Vez, primeras ediciones por 35 euros.

Los madrileños de Discos Ziggy completan su oferta con camisetas rockeras a buenos precios, pero sobre todo llama la atención el ejemplar de ‘Música para la libertad’ de Bloque que tienen a la venta por 20 euros. Sí, en efecto, es el mismo que puede verse en el MAS, en la exposición ‘Vinilos’, ilustrado por el cántabro Jesús Alberto Pérez Castaños en 1981.

En ‘El Trastero de Alfredo’ ojea los discos de revival el historiador Julián Sanz Hoya; lleva un niki de Elvis, «comprado en Memphis», puntualiza. Pero la atención se nos va a las estanterías, que parecen de un anticuario: Cámaras de super 8, publicidad de los años treinta, los irrompibles teléfonos góndola, cintas de pianolas, odres de esparto… Hasta una báscula romana o hilanderas de cola-cao se han traído desde León.

Pero además les acompaña un viejo amigo, el coleccionista Félix Martínez. «Estoy vendiendo parte de mis discos, pero es para poder seguir comprando más», nos confiesa. «Aunque bueno, también los cambio, que las ferias son para eso, para el trueque». Pide 60 euros por ‘Policlínico miserable’, de Siniestro Total; es muy difícil de encontrar porque se publicó cuando el vinilo entraba en decadencia, y apenas se tiraron unos centenares de copias. También tiene ‘La caja de los truenos’ de Deltonos por 20 euros.

Un poco más allá, La Bomba Records se han traído desde Oviedo discos de Doctor Explosion y un recopilatorio de Ilegales que desconocía, ’20 canciones’, pero Susana Fernández prefiere no darse importancia: «En Asturias no es raro, lo tiene todo el mundo». Cosas de la oferta y la demanda. Ella prefiere recomendarnos un doble elepé de Kiss, con la portada tridimensional, por 45 €.

Aunque no es muy partidaria de transportar tanto material valioso –«desde que hay internet ya no se viaja»–, nos transmite su satisfacción por la feria santanderina: «era un mercado que había que explotar; y es curioso, pero se está vendiendo muy bien el cedé, toda una sorpresa». Misterios del hipsterismo.

Tras la curiosa propuesta de La Reciclería, con objetos decorativos artesanales de temática sobre todo surfera, el contrapunto exótico lo ponen los expositores extranjeros; uno es Klaus, que en lugar de abrir su propia tienda prefiere la vida seminómada del feriante, y recorre todos los mercados cercanos a Berlín. En su tocadiscos –retro pero actual– suenan los mexicanos Toncho Pilatos, y mientras me cuenta que estudió español en el instituto y que es un lengua que siempre le ha gustado, suenan las sirenas del ferry y al teutón se le ilumina la cara. «Me recuerda a Hamburgo, mi ciudad natal». Seguramente de su puesto un buen amante del deutschrock se llevaría muchas joyas: ‘Autobahn’ de Kraftwerk, ‘Ege Bamyasi’ de Can o incluso el ‘Heroes’ del Bowie más berlinés. Todos a 18 euros.

El otro feriante internacional se llama Gilles Amoros y viene desde Po, en Francia, aunque no es exactamente un novato: ya había participado en la feria santanderina en el año 2002. Está especializado en los años sesenta y setenta, aunque lo que más llama la atención son algunos clásicos de los cincuenta, en especial los singles. Colgado en la pared, el ‘Da doo ron ron’ de The Crystal es todo un objeto de deseo, del que sólo nos separan 40 euros.

Y como cierre del recorrido, un dj ameniza la tarde desde la última caseta, formando alrededor una improvisada y animada tertulia.

Las ferias son un universo en sí mismas, como vamos descubriendo poco a poco. En muchos puestos oímos preguntar: «¿Hasta qué día están?». Algunos feriantes se preguntan si es que van a posponer las compras hasta el último día, pero otros nos revelan que la inmensa mayoría nunca regresa. «Las ferias también tienen una función terapéutica; en estos tiempos todos necesitamos compañía, hablar, y hay hasta quien quiere venderte discos que sólo existen en su imaginación. Ojalá supiera escribir para hacer un libro con todo lo que me ha pasado», confiesa Félix Martínez. Pero claro, esa sería otra historia…

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Blog del escritor Javier Menéndez Llamazares en El Diario Montañés

Sobre el autor

Desde 2009 escribo en El Diario Montañés sobre literatura, música, cultura digital, el Racing y lo que me dejen... Además, he publicado novelas, libros de cuentos y artículos y un poemario, aparte de cientos de páginas en prensa y revistas. También me ocupé de Flic!, la Feria del Libro Independiente en Cantabria. www.jmll.es

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