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Título: La muerte abrió la leyenda. Autor: Alejandro M. Gallo. NOVELA. Ed. Reino de Cordelia, 2016. 264 pág., 18,95 €.
Pese a lo estricto que suele ser el género negro, Alejandro Gallo sabe que las convenciones están para romperlas. Así que, del mismo modo que el detective Llaneza es un policía atípico –o, al menos, poco vocacional, si es que no resulta bastante pintoresco el interés por el bando republicano en un comisario de la época por mucho que se sitúe en los últimos coletazos del franquismo–, para ‘La muerte abrió la leyenda’ no elige un arranque al uso: en lugar de con un asesinato, todo arranca con una entrevista radiofónica. Y no entraremos en si algunas formas de periodismo pueden ser o no un crimen, pero lo cierto es que en el programa ‘Black friday night’ descubren que, en lugar del suero de la verdad, la mejor forma de soltar la lengua del comisario es ofrecerle chorizo de León. Picante, en concreto.
Una vez avivada la nostalgia por el pimentón y los sabores de la infancia, el locutor David Panadero conseguirá sonsacar al policía los pormenores de su único caso sin resolver, que fuera precisamente el primero.
Así, la acción se retrotrae a la primavera de 1972, con un bisoño subinspector Llaneza recién instalado en su primer destino, una comisaría de Castellón en la que campa a sus anchas la temible brigada político-social, el cuerpo de represión de la dictadura. Falta, claro, el cadáver. Será un ingeniero chileno, tras cuya muerte descubren que, tras su falsa identidad se ocultaba un tal Amado Granell, nada menos que el combatiente español que, en uno de los tanques de la resistencia, encabezaría la entrada en París de las fuerzas aliadas. Condecorado por la República Francesa, su fallecimiento ocurre precisamente cuando se dirige a la embajada para tramitar una pensión. Así, un mero trámite derivará en una investigación compleja y molesta, que acabará por destapar los más turbios asuntos de la aparentemente idílica provincia.
Por supuesto, la novela no va a defraudar a los seguidores de Gallo; no falla en su habitual estilo, de toma y daca, con diálogos trepidantes y un impagable deje de irónico desencanto. Narrado en primera persona, el uso del presente en varios pasajes confiere al relato un ritmo vertiginoso, incluso en las escenas más pausadas. Además, la estructura temporal resulta muy atractiva, pues se narra desde el presente, con sucesivos flashbacks hasta cerrar la retrospectiva con un final sorpresivo, de vuelta ya a nuestros días pero que conecta historia y futuro.
Hay, además, una interesante relación entre la trama y algunas canciones que aparecen en el relato; desde el ‘This land is your land’ de Woody Guthrie hasta el ‘My man’, de Diana Ross. Y toda una serie de referencia culturales, reflejo del universo personal del autor –no olvidemos que es licenciado, entre otras cosas, en filosofía–, que alude a Aristóteles o a Guillermo de Ockham y su ‘navaja’, aparte de a la Alicia de Carroll o a Max Aub.
En definitiva, estamos ante una novela con el inequívoco ‘sello Gallo’, que supone además una ‘precuela’ de otras obras del comisario Llaneza, y que profundiza en el habitual interés del autor por la memoria histórica.