“Cerrado por vacaciones”, reza un cartel ante la puerta, cerrada a cal y canto, de la biblioteca de Camargo, la popular ‘la Vidriera’.
Va a ser que en agosto no se lee; ni en enero ni en diciembre, apuntarán los más pesimistas, a la vista de las paupérrimas cifras sobre hábitos de lectura que cada año arroja el CIS y esconden todo lo que pueden las consejerías y el ministerio del ramo. Según esas estadísticas, cerca de un cuarenta por ciento de los españoles no lee nunca o casi nunca, por el simple motivo de que, o ‘no le gusta’, o ‘no le interesa’. Genial. Pero, ¿qué pasa con el restante sesenta por ciento? O, al menos, ¿qué pasa con esos seis de cada diez vecinos de Camargo que sí les gusta leer?
Por más que el cierre veraniego sea una constante desde que abriera la biblioteca, dudo mucho de que los lectores estén acostumbrados a esta particular ‘operación bikini’, que les priva no sólo de los habituales servicios de préstamo y hemeroteca, sino de un importante foco de actividad cultural y social, que tampoco parece necesitar de una pausa veraniega. Y es que es muy loable conservar las tradiciones, pero ya bastante paralizado está el país en agosto, con la justicia y el gobierno de vacaciones, en esta España de botijo y siesta, que sueña con ser moderna y europea.
Camargo, como el resto de Cantabria, no se paraliza en vacaciones; más bien al contrario, se revitaliza. Las calles se llenan de gente con ganas de aprovechar el clima benévolo y los largos días. Pero aunque se colmen las piscinas y las terrazas, no es obstáculo para que los amantes de la lectura puedan seguir disfrutando de un buen libro, sea sobre su toalla en la playa o a la sombra en cualquier rincón propicio.
Claro que cerrar una biblioteca siempre es una decisión política, que a buen seguro se habrá tomado sin consultar con los profesionales que la sacan a delante día a día. Porque echar el cerrojo será muy rentable en lo presupuestario, pero deja traslucir un enorme desdén por todo aquello que proporciona un centro cultural a los ciudadanos, y que no se mide en parámetros económicos.
Aunque incluso en el plano económico el descanso forzoso de la biblioteca supone una gran pérdida; al menos, analizado en clave social. Cierto que los empleados necesitan su descanso anual, pero para eso existen los contratos eventuales y los programas de prácticas. Un contrato de verano puede ser una maravillosa puerta de entrada a un mundo vocacional, como es el bibliotecario. Y seguro que no faltarían candidatos.
Pero ese cerrojazo intempestivo, en cambio, pone en evidencia que la cultura, más que un servicio a la ciudadanía, se percibe como un lastre, del que prescindir a la menor oportunidad. Como si ‘no gustara’ o ‘no interesara’. Como siempre.