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Que el crimen no es monopolio del inframundo, que existe hasta en las más aparentemente armoniosas sociedades lo vino a poner de manifiesto la novela negra escandinava y el boom editorial que experimentó en la última década. Y hasta en la era Zapatero, en la época del ‘buenismo’ oficial y oficioso, hay quien consigue destapar turbios secretos y bajos fondos; aunque sea en Bilbao, como nos propone Gonzalo Garrido en su tercera novela, ‘La capital del mundo’.
Uno de los ingredientes fundamentales de toda novela negra es dar con un personaje memorable; en este caso, Garrido nos propone a Ricardo Malpartida, un antiguo taxista, aburrido de su oficio, que decide dejar de subir y bajar bandera para reconvertirse en detective privado, tras leer un reportaje el ‘El Correo’ que magnificaba las peripecias de un investigador local, bajo el lema vital «entre la miseria, con la miseria, por la miseria», y cuyo hábitat va a ser Bilbao la Vieja, «una mala imitación del Bronx de los años setenta».
El investigador, desde luego, encaja en los cánones del antihéroe: primario en sus instintos, sus pretensiones vitales se limitan al mínimo esfuerzo y en sus razonamientos no muestra tampoco gran agudeza, como cuando relaciona el apetito sexual de los norteamericanos con sus tendencias republicanas, a través de la Asociación Nacional del Rifle, o cuando opina que «todo el mundo debería ser asesino por un día, para conocerse mejor».
Obviamente, el punto fuerte de la novela es el humorístico; para empezar, con la socarrona elección de nombres para los personajes –el periodista Calamar, el muerto Mato, el juez Lapena–, aunque ese tono irónico y mordaz se va envenenando a medida que avanza la novela, que se va ensombreciendo cada vez más, incluso en el lenguaje. Un viaje del desengaño a la desilusión, que le sirve para desmantelar todo un entramado de aparente sociedad modélica, bajo el que se oculta un mundo mucho menos idílico, con políticos megalómanos de planes secretos, de buenas familias que evaden impuestos, de empresas corruptoras y en el que hasta en la caja de ahorros de tu barrio te «engañan sin escrúpulos».
Además, claro, de despacharse a gusto con los cantantes de éxito –«el hortera de Bisbal»–, los políticos –del alcalde de la ciudad destaca «su habitual altanería»– y con la prensa –«No hay más que conocer algo de lo que escriben los periodistas para darte cuenta de que jamás coinciden los hechos descritos con la realidad. ¡Cuánto cuentista frustrado!»– y hasta con los escritores –«un escritor inteligente» es «una ironía de la naturaleza»–. No se ahorra tampoco calificativos sobre Bilbao: «ciudad sin pulso», «básica», «repleta de mujeres que se creen modelos».
El contrapunto dramático, rayano con la crítica social, aparece en una especie de codas, en cursiva, entre capítulos alternos; en ellas se transcriben unas anotaciones –cuya autoría no debemos revelar, para mantener el secreto de sumario que toda novela de intriga exige– que, entre reflexiones de muy diverso calado, esconden las claves para la resolución de la trama.
Garrido ofrece, en definitiva, una muy canónica obra de género, que no sólo cumple a la perfección con el difícil reto de una lectura ágil y amena, sino que hará las delicias de aquellos que entienden la novela negra como una forma de denuncia.