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Javier Menéndez Llamazares

Llamazares en su tinta

El espíritu del Vaquilla

Hubo una época en la que esta España esforzada y doliente, la patria de los recortes y la resignación, era más bien una inmensa página de sucesos, una edición de El Caso martirizada por mil y un desmanes, en un mundo que ya no era en blanco y negro pero tampoco completamente en color, y en que los ‘grises’ acabarían convirtiéndose en ‘maderos’.

Aquel país que dio lugar al cine quinqui, y que hizo célebres nombres como el Vaquilla o el Jaro, hace mucho que ya no existe, pero de cuando en cuando asoma su negra faz; a veces nos enseña los dientes, alimentando las más negras crónicas, y otras nos trae un ‘déjà vù’ casi nostálgico, ahora que se lleva tanto lo retro, pero que nos confirma que cualquier tiempo pasado no fue necesariamente mejor.

Y es que estos días, al leer aquello del chaval de once años que afanó una moto en Puertochico, cuesta evitar el recuerdo de aquella época de tirones y puentes de motor, de macarras y pandilleros, y hasta consejos de seguridad ciudadana que en realidad no servían de nada.

Claro que lo ocurrido en Santander no es sino un reflejo descafeinado de aquella jungla de asfalto en la que nacimos a la democracia, cuando los coches se robaban para dar el palo a una farmacia o huir a tiros de la policía. Cierto que para muchos todo parecería un juego –como probablemente para los niños que daban vueltas a la manzana sobre la moto robada –, pues eran poco más que unos críos, y además muy aficionados a lo que entonces se llamaban ‘drogas recreativas’, pero aquella época dejó cicatrices en la memoria colectiva que tardarían años en borrarse.

Aquella violencia esencialmente callejera hoy es sólo un mal recuerdo, pasto de exposiciones y mesas redondas sobre la España de la transición; por supuesto que el crimen continúa existiendo, pero también ha entrado en la modernidad, y la delincuencia se ha vuelto invisible. Es algo que siempre sucede lejos, o a otros. Ya no interesa ni para alimentar estadísticas. Pero ahí está.

Sólo nos afecta de modo indirecto, en nuestro balance de impuestos, en las primas de seguros que asumen el fraude como inevitable, en los precios hinchados de los centros comerciales para compensar las pérdidas por hurto. Algo que no existe hasta que nos sucede directamente, hasta que un chaval, o no tan chaval, se larga con nuestra moto.

Cuando hace un par de años, mi querida gilera desapareció de la puerta del Complejo para no volver jamás, en el cuartelillo casi parecía que se cachondeaban de mí: «¡Si ya no se roban motos!», me decía un agente, para corregirse a renglón seguido: «Bueno, ya nadie viene a poner la denuncia». Tal vez sea eso lo que nos pasa, que más que la inocencia, lo que hemos perdido es la esperanza.

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Blog del escritor Javier Menéndez Llamazares en El Diario Montañés

Sobre el autor

Desde 2009 escribo en El Diario Montañés sobre literatura, música, cultura digital, el Racing y lo que me dejen... Además, he publicado novelas, libros de cuentos y artículos y un poemario, aparte de cientos de páginas en prensa y revistas. También me ocupé de Flic!, la Feria del Libro Independiente en Cantabria. www.jmll.es

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