Diga lo que diga el método científico, hay veces que los médicos no tienen razón. Cierto, sí, que aquel vaquero que en la tele de los ochenta anunciaba Marlboro tenía el destino escrito, y cómo no, acabó contrayendo un cáncer de pulmón como para cumplir una esperada profecía. Cierto también que el que la hace la paga, y que como usted o yo nos descuidemos un pelín en cualquier fiesta de guardar, enseguida llega el de cabecera con el botecito y la aguja de vampiro y nos quita la carne roja, el azúcar y la poca alegría que nos quedara en la vida.
Y, sin embargo, los hay que van por libre, a su bola, aferrados a las costumbres más temerarias, y ahí siguen, tan campantes, mientras el resto de los mortales nos pasamos los días rezando porque no salgan asteriscos en el papeluco del colesterol y los triglicéridos.
Uno de esos suertudos, tal vez el más afortunado, se llamaba Antonio Docampo, y no se puede decir que acabe de pasar a mejor vida, porque la verdad es que el hombre en este mundo no es que pasara muchas privaciones, precisamente. Y es que había conseguido alcanzar nada menos que su cumpleaños número ciento siete aferrado a la receta más improbable: tres litros de vino al día, y el agua… para las ranas.
Pase que algo de truco tiene el asunto, porque este vinatero retirado –el negocio que fundó con su hermano, Bodegas Docampo, lo siguen explotando sus sobrinos–sólo bebía de su propia cosecha; uno de esos vinos caseros que no dejan ni ver a los químicos, y que hay que tomarlos rápidamente porque, si no, enseguida se pican. Pero, aún así, la historia de este gallego con fama de afable y salud de hierro –en su primer siglo de vida no tomó ni un solo medicamento, y se lo llevó una neumonía y no su hígado– viene a poner de manifiesto que, a menos que tuviera superpoderes, algo falla con lo que nos cuentan las todopoderosas autoridades sanitarias.
Si resulta que este hombre acababa con la cosechas él solito, y nosotros vamos una noche a Cañadío y nos pasamos toda la semana penando, entre ibuprofenos y omeoprazoles, es que van a tener razón los veteranos con aquello de que las nuevas generaciones somos unos flojeras y que ya no hay gente como la de antes. Para empezar, porque a nosotros, más que el vino, lo que nos va a matar es la cocacola, entre otras cosas.
Pero seguro que a si a Docampo le llega a trincar Sanidad y le analizan el vino, le precintan la bodega y le obligan a cambiarse a un vino que pase la ITV. Uno de esos con bouquet y taninos y retrogusto afrutado. Uno moderno y bendecido por las autoridades, vamos. Y ahí sí que le hubieran entrado los siete males, seguro.