Lo peor de seguir al Racing en los desplazamientos es que, como la cosa se tuerza, te pasas todo el viaje de vuelta estragado por el mal cuerpo que se te queda. Y es que por mucho que queramos ver el lado positivo al empate en Logroño, no recortar distancias con el líder en un duelo directo viene a ser también una forma de perder. Todo lo matizada que queramos –es cierto que el Racing supo sobreponerse a una primera parte espantosa, y que en la segunda barrió al rival, que acabaría pidiendo la hora para amarrar un empate en su propio campo–, pero aunque haya metido el miedo en el cuerpo al Logroñés las matemáticas dicen que aún mantienen a su favor la misma distancia, pero con tres puntos menos en juego.
¿Qué ocurrió en Las Gaunas? Porque, más allá de que fuera un partido vibrante, de ida y vuelta, disputadísimo y con opciones para los dos equipos, lo cierto es que la superioridad de los verdiblancos en el tramo final, el verdaderamente importante, fue abrumadora.
No obstante, un Racing que aspira a campeón no puede pecar de inocencia. En una categoría en la que la picaresca está a la orden del día –la desaparición de los recogepelotas cuando gana el equipo local es un todo un expediente X–, está bien ser deportivos, pero no tontos. El gol del Logroñés llegó con Fede tendido en el césped, con gestos ostensibles de dolor, y su par aprovechó la ventaja sin remilgos. Y sólo un par de minutos más tarde, los nuestros acabaron tirando fuera el balón porque un rival parecía estar lesionado. ¿Se puede saber a qué jugamos? Marcelino lo tenía muy claro: el partido sólo lo para el árbitro. Así nos la jugó Casquero y tuvimos que tragar con ello. Cierto, eso sí, que Santamaría estuvo listísimo con su placaje al rival tras un inoportuno resbalón –cambió una tarjeta por conservar el punto–, pero en general nos sobra más candidez que a las hermanitas de la caridad.
Por otro lado, nos volvió a faltar gol, una carencia que esperábamos ver hoy resuelta con el flamante fichaje. Sin embargo, visto el partido, uno se pregunta si tiene sitio Pumpido en este equipo; Dioni con su gol de raza se ha tatuado el nueve en la espalda. Y a ver quién se atreve a sentar a un Coulibaly inmenso al que ya le salen hasta los taconazos –o ‘talonazos’, como acertadamente me corregiría el gran cronista deportivo Carlos Bribián–. Si nos quedamos con la segunda parte, es difícil poner reparos a algún racinguista.
Aún así, al Racing le faltaron unos minutos para culminar una remontada con visos de gloriosa. Los mismos que, por desgracia, desperdició en la primera parte. Como los motores antiguos, parece que el equipo arranca mal en frío; y el Racing no da con el botón del estárter, ése con el que antiguamente había que ‘sacar el aire’. Y ya sólo quedan quince jornadas para encontrarlo.