Si algún día a un caricaturista le da por inmortalizar a Munitis como entrenador de este Racing en segunda B, seguramente tendrá que dibujarlo con casco y chaleco antibalas. O, al menos, así debe de verse él mismo, a juzgar por las palabras de despedida en la sala de prensa de Tudela, cuando le preguntaba si iba a sacar pecho tras la victoria: «Como para asomar la cabeza… ¡Está lleno de francotiradores!», le dijo con un guiño al periodista Jaime del Olmo.
Cierto que Munitis no goza del don de la elocuencia; más bien lo suyo fue siempre expresarse sobre el césped, y mejor con hechos que con palabras. Consecuentemente, tampoco se le ve demasiado cómodo entre micrófonos, aunque parece que los largos años como jugador de élite le han enseñado a abstraerse del ambiente. Y es que hace falta una enorme fortaleza mental para soportar la presión del rival, pero mucho más para afrontar el ‘fuego amigo’ que le ha venido cayendo encima desde que arrancase la temporada. Y es que practicar el tiro al blanco con el míster de un equipo que no acaba de arrancar suele ser un deporte de escaso riesgo, muy practicado en tiempos sobre todo en tiempos de vacas flacas, cuando todo vale con tal de captar audiencia.
A pesar de todo, no le falta razón al míster: no es momento de sacar pecho. Poco importan las tres victorias consecutivas, el haber pisado por primera vez en desde 2014 la zona noble de la tabla o que al fin se haya conseguido revertir la imagen paupérrima de equipo en decadencia que iba dejando el Racing allá por donde pasaba. Es lo que tiene este deporte, donde los tópicos nunca fallan: una buena racha, tres victorias seguidas, te encumbran a los altares, pero si encadenas varias derrotas te acabarán tirando a la bahía. Y la valoración de los entrenadores fluctúa más que la bolsa.
Quién sabe qué pasará por su cabeza, pero desde luego que, últimamente, no es precisamente la viva imagen de la felicidad. Seguramente siga amando este deporte, pero hará ya demasiado tiempo que sabrá que el fútbol profesional tiene muy poco de romántico y más bien mucho de juego de intereses de todo tipo, desde lo económico al simple afán de poder. Es discutible si Munitis estaba o no preparado ya para ocupar el banquillo del Racing –sobre todo, porque nos empeñamos en negar la realidad y no asumimos que estamos en segunda B; al contrario, nos seguimos sintiendo un grande, o al menos uno de los grandes clubes humildes–, pero para lo que a buen seguro no estaba preparado era para convertirse en un artista del alambre, caminando sin red sobre el abismo. Lo realmente meritorio es que no se haya ido, porque ¿qué necesidad tenía él de soportar semejantes presiones?
Munitis ha corrido más peligro que el toro de la Vega, con tanto lancero presto a ensartarlo, pero la risa va por barrios. Ahora, desarmados a fuerza de victorias, los mismos voceros acusan de jugar al ventajismo a quienes se preguntan dónde están ahora los que pedían su cabeza. Y ahora se subirán al carro, como siempre; porque no deja de ser una virtud eso de ponerse a favor de la corriente para vender que es uno el que rema.
Pero no engañan a nadie: ahí siguen, agazapados en sus cubiles cibernéticos, mascando con rabia unos y ceros u ondas hertzianas y estudiando cada movimiento de su presa, en espera de volver a lanzarse a su cuello. Y, como decía Ferlosio: vendrán tiempos peores y nos harán más ciegos.
[Publicado en EL DIARIO MONTAÑÉS el martes 1 de diciembre de 2015]