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Javier Menéndez Llamazares

Llamazares en su tinta

Pachanga

«Hay algo que no puedo soportar… Odio los pasodobles», cantaba Jorge Ilegal en los años ochenta con cara de energúmeno. A mí, aunque con bastante menos saña e insultos, me ocurría entonces más o menos lo mismo. Y es en que aquella época, con todo el resplandor de la nueva ola, con los descamisados en el gobierno y con Lolo Rico y Jesús Ordovás convirtiendo la televisión y la radio en un aparatos mágicos, convivían varias realidades paralelas, con su poquito de modernidad y su mucho de caspa y España cañí. Vamos, que mientras los chavales nos repartíamos en las diferentes tribus urbanas, eligiendo entre imperdibles, mallas o tupés, el país seguía moviéndose al ritmo hortera que marcaban, en invierno, la radiofórmula, y en verano, las discotecas móviles. Vamos, que lo mismo disfrutábamos con el ‘Enamorado de la moda juvenil’, el ‘Ayatola’ de Siniestro o la ‘Embrujada’ de Tino Casal, que nos tocaba aguantar la típica ‘spanish pachanga’, ese amasijo de canciones de Karina, Aguilé, la Carrá, Georgie Dann y demás pesadillas con que nos torturaban a los jóvenes de pelo extraño en aquellas insoportables verbenas de los ochenta, en las fiestas de pueblo o en las bodas; en general, en todos aquellos saraos de los que era imposible evadirse, a no ser anestesiando cuerpo y alma con aquellos garrafonazos que tanto abundaban en la época.

Lo cierto es que, entonces, yo albergaba la secreta esperanza de que algún día todo eso acabaría. Que seríamos un país moderno, sin señoras bailoteando juntas el «una mané en el culé del compañeré», sin amigas que se empeñan en enseñarte los tres pasos de la rumba –«¡Que es muy fácil, tonto!»; «¿Y a mí qué me importa»–, y hasta sin fumadores de farias y camisa de legionario, y demás fauna a la que tanto parece atraer ese sonido. Convencido estaba de que el paso del tiempo acabaría con la pachanga, simplemente porque la lógica del crecimiento vegetativo haría que los aficionados al tostón verbenero irían pasando a mejor.
Sin embargo, han pasado treinta años y no sólo no hemos mejorado nada, sino que incluso hemos ido a peor. Ya no sólo es que se hayan fosilizado todas las viejas melodías, es que hasta las canciones nuevas parecen viejas. Pero no precisamente viejas en plan molón, vintage o retro, qué va… Viejas que se diría que todavía vivimos en aquella España de hoguera y pandereta, en el país quinqui de la transición.

Resulta curioso cómo cada sociedad produce sus manifestaciones culturales; en los países anglosajones, lo que gusta a los abueletes es Bob Dylan o los Beatles. Aquí, todavía bailamos ‘La Ramona’, de Esteso. Y lo que nos queda.

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Blog del escritor Javier Menéndez Llamazares en El Diario Montañés

Sobre el autor

Desde 2009 escribo en El Diario Montañés sobre literatura, música, cultura digital, el Racing y lo que me dejen... Además, he publicado novelas, libros de cuentos y artículos y un poemario, aparte de cientos de páginas en prensa y revistas. También me ocupé de Flic!, la Feria del Libro Independiente en Cantabria. www.jmll.es

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