A uno se le escapan muchas cosas por la boca durante un partido de su equipo, sí, pero últimamente los racinguistas parecemos la versión futbolera del Capitán Haddock, aquel inolvidable personaje de Hergé que se pasaba la vida maldiciendo, aunque lo hiciera con términos para todos los públicos. Pero el torrente de lamentos, maldiciones, tacos e imprecaciones los aficionados sólo era comparable a la tremenda cara de circunstancias que se nos quedó a todos en los Campos de Sport el jueves, mientras veíamos cómo el Betis daba la vuelta a un partido encarrilado, y nos endosaba una lluvia de goles, a pesar de que el Racing estaba jugando mejor y, sobre todo, mereciendo más que los visitantes.
Mil millones de naufragios, rayos y truenos y todo lo que se nos ocurra maldecir es poco, porque por mucho que sepamos que el fútbol es un deporte injusto, era ya la segunda vez en una semana en la que la realidad acababa haciendo añicos el cuento de la lechera del racinguismo. Y es que es difícil no lanzar las campanas al vuelo cuando ves a tu equipo arrinconar al líder, y hasta adelantarse en el marcador, desplegando el mejor juego de la temporada y demostrando que sí había otra forma de hacer las cosas. El equipo de Munitis y Colsa por fin funcionaba, y además de forma espectacular. Al menos, en ataque, y siempre que no tuviéramos en cuenta que lo importante no es crear muchas ocasiones, sino convertirlas.
Porque la noche era propicia; el ambiente, pese a no llegar a media entrada, inmejorable, con la grada animando como una caldera a punto de entrar en ebullición y el equipo poniendo en duda las matemáticas que aseguraban entre los dos contendientes, más que una treintena de puntos, mediaba todo un mundo. Y a punto estuvimos de ponerlo patas arriba, cuando Mamadou Sylla volvió a justificar su fichaje con un remate inverosímil que acabó en las mallas. Durante tres minutos casi enteros nos vimos salvados, bailoteando al son de esa canción que suena ahora en las no muy habituales ocasiones en que el Racing marca un gol. Qué grande fue el Racing durante esos tres minutos, los minutos de la fantasía, en los que las calculadoras mentales empezaron a funcionar a toda velocidad: «¿a cuánto está el Osasuna?» o «¿Llegaríamos a alcanzar al Tenerife?». Esos pensamientos cruzaban por muchas cabezas entonces, cuando estábamos virtualmente salvados.
Lástima, eso sí, que no fuera el rival adecuado. Porque todo lo ocurrido entraba dentro del guión. ¿Acaso esperábamos derrotar a un Betis que ya está prácticamente en primera, o a un Sporting cuyos jugadores parecían velocistas en comparación con los nuestros? Las últimas dos derrotas entran dentro de la lógica del fútbol, la que dice que el mejor tiene todas las papeletas para ganar. Otra cosa es que esto no sea una ciencia exacta, y que a veces la entrega y la inspiración pueda suplir cualquier otra carencia. Aunque hay quien prefiere creer en dinámicas, en la suerte, o en el mal fario de tener en tribuna –cosas de la campaña electoral– a los candidatos a la alcaldía de la ciudad.
En fin, que nuestro momento no era contra el Betis o en El Molinón, sino en Soria, contra la Ponferradina el próximo domingo o en el desenlace en Albacete. Esa sí que será la hora de la verdad. Y viendo cómo atacaba el Racing el jueves, el estado de gracia de David Concha, la conexión entre Quique y Sylla, el empuje renovado de Iñaki y, sobre todo, el impulso imparable de los hermanos San Emeterio, resulta más que evidente que el Racing va a conseguir salvar la categoría.