Por muy doloroso que resulte, el adiós de Paco Fernández era inevitable, porque el Racing había entrado en caída libre, directo no ya a la segunda B, sino a la más que probable liquidación a la que se vería abocado un club sin ingresos y acuciado por deudas imposibles de asumir fuera de las categorías profesionales.
Por supuesto, el asturiano no se merecía esto; ni su salida del Racing, ni que su estreno en la élite terminase prematuramente. Pero el deporte no siempre entiende de merecimientos, y en esta ocasión la entrega, el sacrificio y la honestidad no han tenido la recompensa esperada; podemos culpar a la suerte, claro, pero era evidente que entrenar al Racing en los últimos tiempos es como sentarse sobre un polvorín y echarse un cigarrito. Y la situación no puede resultar más paradójica, porque como aficionado uno tiene el corazón encogido por la vileza de despedir a un mito del racinguismo, pero a la vez la lógica y el más básico instinto de supervivencia nos alertan de que era imprescindible un golpe de timón antes de que se consumara el desastre y acabásemos descendiendo.
Poco se puede reprochar a Paco, más allá de cuestiones de estilo –ese concepto suyo del fútbol tan reñido con el espectáculo–, pero si uno camina por un campo de minas lo más probable es que acabe volando por los aires. Cuando aceptó entrenar al Racing, más que una oportunidad, asumió un enorme riesgo, con la afición en pie de guerra y la institución en la mayor crisis de su historia. Y Paco consiguió lo ‘facil’, lo difícil y lo nunca visto: nos brindó el ascenso –con una plantilla muy superior al resto–, se ganó a la afición –algo que no muchos inquilinos del banquillo han conseguido– y salvó al club de la desaparición con sus dos milagros: que la plantilla no se desintegrase y el desahucio de los ‘indignos’ tras el plante copero.
Lástima que de aquí sólo pueda llevarse agradecimiento, y no su merecido sueldo; ojalá que, al menos, la experiencia le sirva para consolidarse profesionalmente; su valía ya la ha demostrado de sobra. En realidad, Paco no se ido: ha pasado a la historia del Racing.
Pero la liga sigue, y ahora lo que toca es gritar: «El rey ha muerto, viva el rey». Pues eso: Gracias, Paco. Y bienvenidos, Munitis y Colsa.