Por mucho empeño que uno ponga en el intento, estos días ha resultado imposible abstraerse del fenómeno comercial de la temporada, la llegada a los cines de la primera entrega de las ‘sombras de Grey’.
Lo cierto es que, si ya causó su revuelo hace un par de años la explosión editorial del llamado ‘porno para mamás’, era evidente que la maquinaria promocional de la fábrica de sueños californiana iba a despertar la mayor de las expectaciones en torno a una cinta que prometía ser tórrida hasta derretir al más tibio de los espectadores. O espectadoras, porque en este caso el reclamo morboso no estaba en el público masculino, objetivo habitual de las producciones subidas de tono, sino en el femenino; está claro que la igualdad, como en el reparto de la pobreza, se construye desde abajo. En este caso, desde las más bajas pasiones.
Sin entrar a valorar demasiado lo paradójica que resulta una época en la que por un lado se plantea la liberación de la mujer de los roles impuestos por el machismo, mientras que a la vez se nos vende como el sumun del erotismo la sumisión más absoluta, con grilletes y fusta de por medio, lo cierto es que la industria ha vuelto a dar con esa conexión subconsciente que consigue avivar el deseo hasta tocar la fibra más sensible de los espectadores, que en realidad no está en el corazón, como erróneamente creíamos, sino más bien en la cartera, que es la que en definitiva pretenden abrir los productores de la película, como quien pone agua a hervir para que se abran los bivalvos.
Así, el San Valentín más caliente de los últimos tiempos llenó los cines como en los tiempos de ‘El último tango en París’, con idéntico reclamo lúbrico pero con resultados artísticos muy diferentes. Y es que la tremenda ola de calentones que ha despertado la saga Grey, por muy simpático que pueda resultar imaginarse a media población en sus ensoñaciones erótico-festivas, lo único que nos demuestra es el escaso nivel de exigencia que tenemos como público.
Poco importa lo nimio de la historia o lo tópicos que resulten los personajes: en el arte todo vale, mientras conecte con el espectador. Claro que, para ello, hace falta que éste sea tan virgen como la señorita Steel, al menos literariamente. Quien haya disfrutado con ‘El lector’ o con ‘En brazos de la mujer madura’ –o con ‘El amante’, me apunta mi amiga Cinta– difícilmente podrá ver en Grey algo más que folletín y atrezzo pomposo. Eso sí, si sirve para que algunos pisen una librería por primera vez en años, bienvenidos sean Grey y toda la pirotecnia del marketing.