Se diría que todo vale en estos tiempos de sequía laboral, más pertinaz aún que aquella a la que se achacaban las hambrunas en los años más grises del pasado siglo. Claro que, con tanta moda retro, el pasado regresa con fuerza, y lo mismo que las nevadas parecen competir con el relato mítico de las batallitas familiares –el ‘aquellos sí que eran inviernos’ de padres y abuelos–, también el triste sino de ganarse el pan de cada día se empeña en helarnos el corazón resucitando fantasmas que creíamos desterrados.
En esta España que, dicen, se recupera, parece que se ha instalado a perpetuidad el paro crónico y la precariedad, de manera que ya ni sabe cuál será guatemala y cuál guatepeor. Mi compañero de mesa, por ejemplo, sufre el infortunio de conocer desde el primer cuándo expirará su contrato. Y no es que prefiriera la felicidad de la ignorada, que seguramente también, pero es que vivir con fechas de caducidad –con ‘líneas de muerte’, que dicen muy expresivamente y sin arrugarse los anglófonos– más que motivarle le produce un estrés que ni Damocles en su trono.
Así que, mientras Juanjo se mentaliza para cambiar su estado a ‘en búsqueda activa de empleo’, como se dice ahora en linkedin, se dedica a repasar las ofertas –no demasiadas, que tampoco hay que exagerar– de empleo que le llegan desde la Agencia de Desarrollo de Ampuero, que se lo trabaja con tanta pasión como si no hubiera crisis.
El problema, claro, es que vivimos bajo la oferta y la demanda, y los empleadores de sobra saben que donde mejor se pesca en el río revuelto de la desesperación. Así que, veinte años después de que la publicidad nos tomase el pelo con aquellos anuncios de ‘JASP, jóvenes aunque sobradamente preparados’, resulta que lo único que consigue echarse a la boca la generación de españoles con más titulitis de la historia son unos irrisorias ofertas en las que se buscan ingenieros para ocupar puestos de peones. Y es que haciendo de la desgracia oportunidad, qué mejor que aprovecharse de un país donde los licenciados sueñan con una plaza fija de barrendero, y así contratar a auxiliares de diseño gráfico, que harán la tarea un diseñador senior pero cobrarán un tercio de su sueldo. Aprendices, pero a los que exigimos titulación y experiencia. También en infojobs piden ayudantes de camarero, y probablemente haya también mucho futuro en los puestos de asistente del becario del pasante. Claro que en mundo laboral hay que empezar desde abajo, pero si como sociedad admitimos este horizonte, ¿qué sentido tiene derrochar miles de millones de dinero público para sobrecualificar a una generación abocada al infraempleo? ¿Realmente es ese el mundo que queremos?