‘Los ricos también lloran’, aseguraba el viejo culebrón mexicano. Y seguro que es cierto, porque aunque se pueda replicar aquello de ‘la penas con pan…’, a nadie se le escapa que lo de comer pan es de pobres; al menos, la barra esa chiclosa que hornean a medias en el supermercado. Que vamos, sufrir sufrirán lo suyo, pero si lo del dinero fuera un castigo no andarían todo el mundo tan afanado en conseguirlo, como si no hubiera otra cosa.
Los ricos lloran, sí, y cosas peores. Lo hemos visto esta semana con la celebérrima duquesa de Alba: por mucho mármol y maderas nobles con que lo revistas, al final acaban igual que los pobres, como en aquella explicación de Jorge Manrique de los ríos que van a dar a la mar, y en llegando son iguales. Claro que a los que trabajamos con las manos –o con la punta de los dedos, algunos–, lo del desemboque nos importa algo menos que el recorrido, que lo que para unos son dulces meandros para otros son cataratas y rápidos, o más bien carreras y apreturas para llegar a fin de mes.
Es decir, que si algo había que envidiar a la señora Cayetana Fitzjames Stuart no era su rizo acaracolado ni su salero en las sevillanas. Ni que llenase más páginas del corazón que los de Gran Hermano. Qué va. Lo que da envidia de verdad es eso de nacer con la vida resuelta.
Ahora nos abrumarán con las reposiciones de reportajes y biopics de la sucesora de la ‘maja’ goyesca, en la que la veremos sufrir horriblemente, y luchar por la felicidad contra viento y marea. Como si fuera una mujer normal. O casi. La duquesa era el resultado de siglos de mayorazgo y la endogamia aristocrática, con un patrimonio desorbitado que, a fuerza de grandezas de España, dio lugar a la leyenda urbana de que hasta la reina de Inglaterra debería saludarla con reverencia. Pero para sufrir, lo que se dice sufrir, salgan a la calle o entren en cualquier casa de los humildes mortales y ya verán como hablamos de universos distintos. Porque, por mucho marketing que le echen, no es lo mismo Pertegaz que Zara. Ni el jamón de bellota que el chóped.
En nuestra España sin revolución burguesa, y con más despotismo que ilustración, la duquesa de Alba encajaba a la perfección. Más que envidia, lo que despertaba en el común era admiración: qué afortunados aquellos que pueden hacer lo que les da la gana. La gana, que no es lo mismo que la real gana, a ver si nos entendemos. Ojalá algún día todos pudiéramos, también, tener la vida resuelta.
[Publicado en EL DIARIO MONTAÑÉS el 23 de noviembre de 2014]