Si hace años se decía que los treinta eran los nuevos veinte, ahora el relevo parece ser que lo toman, definitivamente, los cuarenta. Cierto que la observación no puede resultar más oportunista, casi tanto como cuando a Luis Eduardo Aute le dio por actualizar la letra de su canción ‘Una de dos’, y allí donde decía »te la cambio por dos de quince» corrigió con »por dos de veinte»; puede que también tuviese que ver con las leyes de protección al menor, claro, pero el cálculo más elemental nos viene a decir que, contra lo que piensan los que aún no han alcanzado tan respetable edad, en la cuarentena aún hay vida. E incluso puede que más allá. Lo de que haya esperanza ya será otro tema, eso por descontado, pero cada vez resulta más evidente que lo que entendemos por juventud es un concepto elástico, que si antes abarcaba hasta finales de la veintena, y posteriormente hasta los treinta y cinco años, pronto no sólo va a rebasar esa frontera sino que amenaza con no tener límites, hasta alcanzar el momento en que pueda haber jóvenes de todas las edades.
Este invierno, un semidesconocido y maravilloso grupo punk llamado Psycho Loosers publicó una curiosa canción, con vocación absoluta de retrato generacional. Se titulaba ‘Trenteenager’, y valga la licencia del spanglish para construir ese paradigma de la modernidad que es el treintañero de vocación adolescente. Unos por devoción –esos ‘singles’ que viven en una fiesta perpetua– y otros por desesperación –los ‘precarios’ que intuyen que se jubilarán como eventuales o interinos, y eso con suerte–, pero lo cierto es que el paso a la edad madura, ese que tanto ansían los padres responsables para sus alocados hijos, cada vez se retrasa más, atrapados entre el mundo ordenado de sus abuelos, el del bienestar y el trabajo fijo, y el incierto futuro neocon de ultraliberalismo que espera a unos nietos que tal vez nunca tendrán. Ante semejante panorama, ¿cómo no ser Peter Pan?
Total, que sin darnos cuenta los chicos que crecimos en los ochenta vamos llegando a la cuarentena, y nos negamos a convertirnos en nuestros padres. Y es que si uno compara como eran los cuarentones de entonces y los de ahora, parece que hablemos de planetas diferentes. Ni en lo esencial ni en lo accesorio resulta fácil encontrar similitudes, y es que algo sucedió en el cambio de siglo, fuera el fin de las utopías, el cambio de paradigma socio-económico o la revolución digital, pero el caso es nuestra realidad poco tiene que ver con la vida convencional del siglo XX. Un cuarentón de hace medio siglo era un señor hecho y derecho. Hoy día, nos creemos chavalines buscándonos la vida. Lo malo es que no hay forma de encontrarla.