Los pasillos de las redacciones y emisoras, más que lugares de paso, suelen ser puntos de encuentro, donde puedes coincidir con la gente más variada e interesante. En los de Radio Santander, por ejemplo, de vez en cuando me cruzo con Benjamín Prado, cuando interviene en las tertulias nacionales desde los estudios del Pasaje de Peña. Conversando con él, me contó que se pasó años sorprendido de la repercusión de sus manifestaciones públicas, de que alguien le leyera o escuchara pero, sobre todo, me confesó que siempre tuvo el temor de que en cualquier momento descubrirían que en lugar de un gran escritor tan sólo era un impostor, y acabarían por condenarle al ostracismo.
Algo parecido me sucede a mí desde 2009, cuando Beatriz Grijuela me llamó para colaborar en su programa con una sección sobre libros y su irresistible entusiasmo acabó por contagiarme sin remedio. Y es que la oferta no podía resultar más tentadora: la mejor técnica, periodistas enamorados de su trabajo y además el magazine de referencia regional en el fin de semana. Para mí, que venía de las estrecheces de las radios municipales, el A Vivir Cantabria se convirtió en uno de los momentos más placenteros de la semana y la Cadena SER Cantabria en mi casa durante las mañanas de los domingos.
A lo largo de cinco temporadas, por mi sección ‘Letras en red’ han desfilado escritores de primera línea en la literatura española, desde Ignacio Martínez de Pisón a Manuel Rivas, de Julio Llamazares a Clara Sánchez. Pero también autores incipientes, como Use Lahoz. Y han presentado sus libros casi todos los escritores y poetas de Cantabria, de Manuel Arce a Martín Bezanilla y de Adela Sainz Abascal a Mónica Gutiérrez Serna, y hemos dado voz a proyectos colectivos como Absenta, Maisontine o CTRL.
Claro que llenar de novelas, poesía, historia, ilustraciones o cuentos infantiles las mañanas de la radio no hubiera sido posible sin la voluntad de los diferentes profesionales que han sucedido a Beatriz en la dirección del programa, como las excelentes periodistas Marta Bustamante y Tamara Hernández. Caso aparte, desde luego, es Alfonso Pérez, un compañero de viaje con el que resulta imposible no entenderse, como bien saben su oyentes. Alfonso siente pasión por el trabajo bien hecho, y sobre todo desprende esa química tan especial que facilita cualquier tarea y acaba convirtiendo una relación profesional en verdadera amistad.
Hoy domingo, como cada año, se cierra el curso radiofónico, al menos para mi sección literaria. Así que, mientras me despido de las grandes voces que uno tanto admira –Pedro Aresti, Fermín Mier, Roberto González, María Gutiérrez, Miren Azcue y Conchi Castañeda– no puedo evitar sentirme igual que se sentía Benjamín Prado, y preguntarme si esta vez descubrirán mi impostura, y esta temporada será la última.