Como si el silencio impuesto durante la jornada de reflexión hubiera servido para despertar el mayor de los deseos, desde el pasado domingo prácticamente sólo se habla de política –con permiso de la hazaña del Racing, claro está–. Que si Podemos o no podemos, que si Equo, que si la atomización de la izquierda, que si el bipartidismo sólo se rompe por el otro lado y no por el mío… En cualquier caso, nunca unas elecciones en las que la mitad de los votantes se han quedado en casa habían servido tanto para revitalizar el diálogo y la discusión de la cosa pública, que llevaba amodorrada desde, al menos, los últimos tres o cuatro comicios. Y es que, además de haber cogido a la clase política con el paso cambiado, también para la ciudadanía el vuelco electoral ha supuesto una sorpresa mayúscula, hasta el punto de que lo que hasta ahora era un desinterés generalizado, apoyado en la resignación ante lo inevitable, que es lo que ha venido a enseñar la experiencia de la vida democrática.
Las reacciones van desde la indignación de los más tradicionales, que sin distingo de colores partidistas se espantan ante la irrupción de nuevas expresiones políticas, que escapan a su control, hasta el oportunista ‘ya lo veía yo venir, que lo estaba avisando’, que entonan ahora tantos avispados, expertos en prevenir el pasado.
En cualquier caso, lo cierto es que después de largos años de malestar ciudadano, sufrido en silencio cual dolencia vergonzante, resulta que la contestación al sistema ha terminado por utilizar sus propios mecanismos. En esta ocasión, y por muy significativas que resulten las cifras millonarias, se trata sólo de un aviso. Una advertencia que indica que en las próximas elecciones sí que puede llegar un verdadero vuelco, poniendo fin al juego de alternancias entre los profesionales de la política amparados por puños y gaviotas. La única esperanza del bipartidismo, su seguro de vida, es la Ley D’Hont, ese mecanismo vergonzante para que la minorías mayoritarias se impongan a la verdadera voluntad de los ciudadanos.
Porque a partir de ahora el bipartidismo intentará reconquistarnos con sus mejores requiebros; podrá haber primarias, medidas populares y hasta conseguirnos el Mundial, pero mientras se denieguen demandas masivas como las listas abiertas será imposible que recuperen la credibilidad perdida. Sobre todo, porque con un cuarto de la población sumida en la pobreza no estamos precisamente para piruetas demagógicas.
Lo curioso, sin embargo, es que nadie hable de Europa, que es de lo que verdaderamente se trataban estas votaciones. Una Europa con más trampa que cartón, que en el fondo sólo funciona bien para los mercaderes y, si acaso, para los estudiantes poco aplicados que confían a San Erasmo el aprobado de las asignaturas más hueso de su carrera.