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Teresa Cobo

La Engaña

“Los trabajadores del túnel éramos tan jóvenes que aún me duele recordar a los que morían”

Matías Sainz López, en La Engaña, con la cementera en la que trabajó y la boca sur al fondo. T. C.

 

 

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Matías Sainz estuvo en La Engaña con los presos republicanos en 1942 y seguía en las obras en 1961, cuando concluyeron

“Fueron los penados los que comenzaron a construir el túnel de La Engaña en 1942. Siempre los llamaban así, no usaban la palabra presos. Días después de empezar ellos, el encargado, Francisco Martínez, nos dijo que se iba a organizar una brigada de libres y otra de penados. Y así fue. Trabajábamos juntos divinamente. Nunca hubo un problema. Yo tenía 18 años. Allí, el que más tendría 24 o 25, excepto dos presos que andaban por los 40”, recuerda, a sus 89 años, Matías Sainz López, que se incorporó a las obras en 1942 y seguía allí en 1961, cuando concluyeron.

La juventud de aquellos obreros acrecentaba el dolor de ver cómo sacaban por la boca del túnel a los que morían aplastados por una roca o en otro tipo de accidentes menos frecuente. “Me acuerdo sobre todo de Torcuato y de un muchacho joven, pero fue una pena tan grande que no quiero recordarlo porque me da mucha tristeza”, se lamenta Matías. Torcuato y el muchacho joven, que se llamaba Ignacio, murieron en 1957 en una explosión. El equipo de ensanche olvidó hacer la señal luminosa que indicaba desalojo y la detonación del barreno los pilló de lleno. Nunca se ha sabido con certeza el número de fallecidos en el túnel, pero la empresa Portolés dio en 1959 la cifra oficial de 16 víctimas mortales.

Bajo la vigilancia de los guardias, los prisioneros republicanos de los destacamentos penales del franquismo acometieron entre 1942 y 1945 las tareas más penosas del tramo del ferrocarril Santander-Mediterráneo entre Pedrosa de Valdeporres y Vega de Pas, que eran, precisamente, las del calado del túnel. “Lo primero que construyeron fue la galería pequeña”. Matías se refiere a la galería de enfilación, que hoy sigue intacta. Este conducto se sitúa a la derecha de la boca burgalesa y sirvió para calcular la trayectoria del túnel a partir de la curva inicial. El trazado es totalmente recto después de esos primeros 300 metros.

Blancos de polvo

“Aguanté poco más de un mes barrenando. Salíamos del túnel completamente blancos, por la arenilla que se desprendía, y no nos conocían ni en casa. No quise seguir y me enviaron a limpiar cunetas y trincheras”, relata Matías Sainz. La tónica general tanto en Valdeporres como en Vega de Pas era esa: los oriundos de ambos valles se negaban a trabajar en la perforación. Esa tarea quedaba para los emigrantes andaluces, extremeños y de otras regiones que venían de fuera a ganarse un sueldo y que, en los primeros años, contrajeron en masa la temible silicosis.

Los presos políticos no podían elegir. Aunque, como señala Matías, “el trabajo en el túnel era igual para los libres y para los penados”, había notables diferencias. El jornal era el mismo, pero mientras que un obrero libre percibía su paga íntegra, la del reo la ingresaba la Jefatura del Servicio Nacional de Prisiones y a él sólo le daban 50 céntimos para sus gastos. Con sólo media peseta en el bolsillo, los condenados a trabajos forzados se ofrecían para labores del campo a cambio de comida en su escaso tiempo de descanso.

Trituradora-hormigonera levantada junto al túnel, en Valdeporres. T. C.

Un hoyo en el cráneo

Trabajar fuera del túnel no eximía de todos los peligros. Raro fue el obrero que no sufrió algún accidente y Matías no es una excepción. Se quita la gorra para mostrar un hoyo en su calva. “Estábamos comiendo tranquilamente en la trinchera otro muchacho llamado Pepe y yo. El capataz pegó fuego a un barreno encima, en la cantera, y salió una nube de piedras. Echamos a correr, pero a mí se me metió una hasta los sesos. Me paralizó todo el cuerpo. Estuve tres meses en el hospital de Burgos”. Otros perdieron dedos o una mano seccionados por vagones y vagonetas.

Matías dejó las obras para ir a la mili en 1944, con la mala suerte de que le destinaron a canteras y estuvo de picapedrero hasta 1946. A su regreso, la mayoría de los penados se habían ido, merced al indulto otorgado por la dictadura franquista en 1945. El jornal de este vecino de Rozas era de 9 pesetas. “Pedí al señor Uriarte que me lo subiera y me mandó a trabajar a destajo. Sacaba el doble de jornal y me lo mejoraron a 11 pesetas”.

Pero aquel invierno de 1946 lo enviaron a Vega de Pas. “Allí, en Yera, no habían empezado el túnel. Estuve 25 días. Hicimos la caseta del compresor. Dormíamos en una cabaña, muy mal. De regreso a Valdeporres, pedí la cuenta y no volví hasta que me casé”, relata Matías. Si para los del norte ya se hacía cuesta arriba, la vida en la Vega era especialmente difícil para los obreros llegados del sur. Manuel Pelayo, pasiego hecho al clima del valle, se alojaba en una de las cabañas que tan inhóspita le resultó a Matías y, a sus 87 años, da fe de lo duro que resultaba aquello para los andaluces. “Siempre tenían frío”, dice.

A Matías Sainz le encomendaron tareas muy diversas. “Desde hoy, a la subestación eléctrica”, le comunicaban de repente. “Mañana, a la explanación”. Por si no había tenido bastante con la mili, estuvo en la cantera de la que se sacaba la piedra para los andenes. Pero fue en la cementera donde más tiempo pasó. La alta torre en la que se trituraba roca y se mezclaba con arena y cemento aún se yergue a la izquierda de la boca sur del túnel. Aunque más deteriorada, también sigue en pie la de Yera, a unos metros de la boca norte.

Al fondo, la hormigonera del otro lado del túnel, en Yera. T. C.

No vivir, sin saberlo

En la caseta que coronaba la torre, Matías se deslomó. “Le dije al señor Daniel que yo solo no podía y me mandó a un gallego que no paraba de cantar, ¡y cómo cantaba! Una noche llegaron dos trenes de Mataporquera llenos de cemento y el capataz Escoda vino a las tres de la madrugada a decirme que tenía que doblar el turno. Yo le decía a mi compañero Manuel Bueno: ‘Este jodido me va a matar’”. Su turno habitual era de ocho de la tarde a ocho de la mañana.

“Aquello no era vivir si lo comparamos con hoy, pero nosotros no conocíamos otra cosa. El que tenía una vaca o una oveja era como Dios y tener un jornal era algo grande. Antes de venir ABC y Portolés, no había una perra en Valdeporres”, sentencia Sainz López. La construcción del túnel de La Engaña también llevó riqueza a la Vega de Pas y dinamizó el comercio y la hostelería en el entorno de ambas bocas. Más de 9.000 hombres rotaron por las obras del trazado de 17 kilómetros que se prolongaron durante veinte años.

Matías estuvo al servicio de las dos empresas concesionarias. Las obras del tramo Santelices-Yera del Santander-Mediterráneo se adjudicaron a Ferrocarriles y Construcciones ABC en 1941 y fueron transferidas a Portolés y Compañía en 1950, cuando sólo se habían completado 500 metros del túnel por la boca sur. “ABC trabajaba mejor. No hay más que ver cómo está el cemento que pusieron ellos y cómo está el que se hacía después. Con Portolés llegué a hacer 110 vagones de hormigón en una sola noche”. Como todos los que dejaron parte de su vida en aquellas obras, Matías siente “mucha pena de que todo fuera para nada”.

La construcción del túnel de La Engaña fue una gesta baldía que se cobró muchas vidas. En este espacio se recoge la historia del Santander-Mediterráneo y, en especial, la de ese tramo que nunca llegó a funcionar. Y se proponen rutas senderistas por el impactante paisaje que atraviesa la vía fantasma

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