Reparto: Eili Harboe, Ellen Dorrit Petersen, Okay Kaya, Henrik Rafaelsen.
Género: Drama. Salas: Groucho.
Discurre entre el dolor de lo iniciático y el trauma sobrenatural. Entre el silencio y los primeros planos bergmanianos y ese frío lacerante de la incomprensión, la soledad y el vértigo de la diferencia expuesto ante los demás (ya saben, la nueva caza de brujas). Posee uno de los arranques más fascinantes que ha dado el cine en la última década y salvo alguna concesión efectista en el último tramo es una gozosa, elegante e inquietante mirada sobre la infancia tendida subliminalmente sobre la vida, como la mantequilla sobre una tostada, muerdas por donde muerdas. Entre tanta herida escondida e interiorizada y tantas revelaciones cercanas a los dolores primarios, ‘Thelma’ es una especie de ‘Déjame entrar’ y ‘Carrie’ envueltas en el Decálogo del maestro Kieslowski, incluso con capas de algunos de sus colores. Joachim Trier, siempre interesante y sutil, se muestra más seductor y envolvente cuando vamos conociendo la personalidad de su personaje femenino entre flashes del pasado, guiños ocultos y una magnífica puesta en escena al hablar del deseo y de la identidad sexual, del placer y la represión, de la vida abriéndose como una fruta y del integrismo religioso, de la necesidad de sentir y de lo reprimido. El hielo resquebrajándose pero intacto es la perfecta metáfora del retrato de esta mujer joven que vive entre convulsiones físicas, lacras morales y descubrimientos de lo extraño. ‘Thelma’ muestra cierta debilidad cuando pugnan lo psicológico, lo sensorial y las señales de lo enigmático, aunque el cineasta de ‘El amor es más fuerte que las bombas’ casi siempre encuentra soluciones esteticistas y hermosas, alejadas del artificio. Entre la epidermis de lo obvio y visible y la hondura de lo oculto asoma una tercera dimensión con su textura ominosa, paranormal, donde conviven el temblor, los secretos, la extrañeza, el sentimiento de culpa y esos temores fundados en lo atávico, es decir la distancia entre el drama íntimo y familiar y el drama fantástico. Quizás ciertas flaquezas se deban a que el director de ‘Oslo, 31 de agosto’ trata de encajar demasiados frentes que no siempre casan: el sexo, la represión, la culpa, lo familiar. Entre el hielo y el fuego, el cuerpo y el deseo, el filme va proponiendo un desmayo y un desvanecimiento, una convulsión y un arrebato. Hay una angustia contenida pero contagiosa que impregna y empapa el filme de perturbación, simbología bíblica, severidad, despertar y conflicto. Una obra que deja abiertas muchas imágenes y cierra otras con la rotundidad de un demiurgo de la imaginería más sobrecogedora. Entre la perplejidad y la intensidad, traza un trayecto, que no desvela del todo lo confuso, pero que quizás por ello transmite una sensación delicada de autenticidad. Como un paseo sobre la superficie helada desafiando su fractura. O acaso no es eso la vida.
Guillermo Balbona comenta la actualidad cinematográfica y los estrenos de la semana
Sobre el autor
Bilbao (1962). Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Ser periodista no es una profesión, sino una condición. Y siempre un oficio sobre lo cotidiano. Cambia el formato pero la perspectiva es la misma: contar historias.