You Were Never Really Here. 2017. 95 min. Reino Unido.
Dirección: Lynne Ramsay. Guion:Ramsay (Novela: Jonathan Ames).
Música: Jonny Greenwood. Fotografía. Thomas Townend.
Reparto: Joaquin Phoenix, Alessandro Nivola, John Doman, Judith Anna Roberts, Alex Manette, Ekaterina Samsonov, Kate Easton, Jason Babinsky.
Género: Drama. Salas: Peñacastillo
Audaz, seca, implacable y contundente. Una historia que discurre en el presente salpicada por un pasado fragmentario, traumático y oscuro. ‘En realidad, nunca estuviste aquí’ es el retrato de una criatura cuya existencia discurre en la cuerda floja entre los recuerdos y una depurada consciencia de la tristeza y lo inevitable. Hay quien pueda pensar que la cineasta Lynne Ramsay (una de la estilistas del momento) está más interesada en generar hallazgos visuales y en jugar con una gramática rupturista y algo provocadora. Nada de eso. El relato de este ex marine solitario, que vive con su madre y dedica su tiempo a salvar mujeres de las garras de la explotación sexual o de algunos depredadores, se postula como una dura, amarga y desgarrada incursión en el mal, en las entrañas de ese territorio social invisible en el epicentro de la corrupción donde suceden sangrías, heridas y cicatrices. La directora escocesa firma un filme sin concesiones, con vocación de estilo y cuidadoso hasta el paroxismo en lo formal desde el primero hasta el último plano. En aparente y permanente austeridad y audacia expresiva, agitación moral y turbiedad se combinan con una mirada inquietante e intrépida que provoca más de un estremecimiento. Desde Melville a Scorsese o Jarmusch, de ‘Taxi driver’ a ‘Drive’ esta historia ya se ha contado. No es eso lo importante. Sino la disección visual que zarandea lo humano y existencial a través de la presencia/ausencia de un hombre anclado en el nihilismo y en el vacío atormentado, un antihéroe que, como un ángel exterminador, afronta la inmediatez para rendir cuentas con el pasado. Hay poco espacio para la redención y, por contra, cabe toda la dimensión del mundo para mostrar esas oquedades de violencia extrema, de desgarro y martillazo físico (literal) y moral. Los contrastes entre las escenas caseras e íntimas del personaje con su madre y el ataque feroz a un burdel visto a través de cámaras de videovigilancia dan la medida de este equilibrado pero extremadamente planificado documento. A lo Bresson, con mucha sutileza y elegancia, de forma elíptica, sin barroquismos ni efectismos, la cineasta de ‘Tenemos que hablar de Kevin’ intercala un diálogo visual casi perfecto entre imagen y sonido y otro, más impostado pero sin abuso, que es el de intercalar flashes de la biografía del protagonista, a modo de un diario fragmentario y de memoria truncada, en un ejercicio higiénico de transgresión del montaje. Una película despojada, con la coartada de una interpretación excelente de Joaquin Phoenix, entre imágenes alucinatorias y una asfixia que deja al espectador noqueado. Una tierna bestialidad que inocula un rastro de sangre y reflexión.
Guillermo Balbona comenta la actualidad cinematográfica y los estrenos de la semana
Sobre el autor
Bilbao (1962). Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Ser periodista no es una profesión, sino una condición. Y siempre un oficio sobre lo cotidiano. Cambia el formato pero la perspectiva es la misma: contar historias.