Colossal
EE UU 2016. 109 m. (7). Ciencia ficción.
Dirección y guion: Nacho Vigalondo. Música: Bear McCreary.
Fotografía: Eric Kress
Intérpretes: Anne Hathaway, Dan Stevens, Jason Sudeikis y Austin Stowell.
Salas: Groucho
Lo íntimo y lo global, lo fugaz y lo perdurable, lo pequeño y lo sobredimensionado. La definición del efecto mariposa podría valer para internet. Nacho Vigalondo remueve los recuerdos que quizás son de su Cabezón natal y genera un monstruo al otro lado del mundo. ‘Colossal’ juega con lo diminuto y lo grande (uno contiene al otro) y los intercambia como figuras simbólicas de un sudoku con mujer dentro. El cineasta de ‘Los cronocrímenes’, con las ideas muy claras, ha levantado esta vez con mayor serenidad, madurez y proyección, un artefacto que a veces deja ver las costuras del artificio y otras revela destellos de gran cineasta que maneja lo esencial del cine: ilusión, ilusionismo y mirada sobre el mundo. En ‘Colossal’ lo que no se ve (el delirio jugando con registros y géneros), es tan importante como lo que se ve (de nuevo las pantallas como eje de muchas situaciones). Vigalondo deja un amplio margen no tanto a la imaginación del espectador, que también, como a su sombra partícipe de ese otro lado del espejo al que apela su película en muchas ocasiones. Es una cinta de catastróficas intimidades y de sentimientos que se vuelven catástrofes inevitables y hasta necesarias. Su virtud reside en su alocada originalidad y su defecto absolutamente ‘vigalondiano’ estriba en recrearse en esa sensación de dominio transgresor, de fronteras cruzadas aquí y allá, muchas veces de manera fallida y otras innecesaria. Pero el complejo emocional, el territorio de inquietudes que traza ‘Colossal’ desborda esa barroca manera de contruir el fantástico, tan personal como lúcida a la hora de trascender los recuerdos, las querencias, los temores y los objetos más personales. El filme atrae y repele, desconcierta y sorprende. Su tramo final posee un magnetismo y una energía que se antoja el inicio de otra película a punto de inaugurar un nuevo relato. «El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo». Es curioso y paradójico pero mientras el cineasta cántabro es obsesivamente mediático y muy buen conocedor de las aristas y recovecos de la comunicación, sus películas no parecen preocupadas por el espectador, por el otro que mira. Hay algo libertario en la atmósfera y, al tiempo, nudos que se atan y desatan en torno a eso que llamamos estilo. La pregunta es si ‘Colossal’ sería la misma de no estar omnipresente una maravillosa y encantadora Anne Hathaway (Gloria). Ella es un hermoso monstruo, alcohólica y dependiente de hombres, que busca su lugar en la vuelta a casa, y del otro lado dos kaijus (criaturas orientales) se pegan en Seúl en busca de la destrucción. Amarga comedia antirromántica, ‘Colossal’ es un carrusel, un tiovivo que muestra los fragmentos de nuestros traumas más íntimos. Nada más monstruoso, parece decirnos, que el fracaso. Vigalondo parte de la extrañeza, pasa por la extravagancia y exprime la diferencia. A Gloria dan ganas de abrazarla aunque ya sepamos que el monstruo habita en nosotros.