Testigo
Francia. 2016. 88 m. (12). ‘Thriller’.
Director: Thomas Kruithof. Guion: Yann Gozlan, Kruithof.
Música: Grégoire Auger.
Fotografía: Alex Lamarque.
Intérpretes: François Cluzet, Alba Rohrwacher, Simon Abkarian, Sami Bouajila.
Salas: Peñacastillo.
Hay contención, minimalismo y austeridad. Un poso de amargura recorre este filme de espionaje pero sobre todo de soledad, de profusas escuchas pero escasas conversaciones. Un relato de intriga donde el mayor misterio es la vida metódica de un hombre enquistado en su desesperanza. ‘Testigo’, una ópera prima tan silenciosa como discreta, se ha colado en la cartelera dominada por la invasiva plaga de blockbuster que acaparan salas y horarios. Cinta francesa del debutante Thomas Kruithof, su título original, ‘La mécanique de l’ombre’. responde más fielmente al aséptico y manido ‘Testigo’, bajo el que se ha comercializado en España. Metódica pero menos, directa y seca, en apenas hora y media la cinta se adentra por uno de esos resquicios del sistema, entre agujeros negros y mecanismos en la sombra, que dibujan las cloacas del poder, la fontanería de los intereses cruzados de los sistemas de gobierno y la utilización, cómo no, de las variantes del ‘Gran hermano’ para establecer sofisticadas, o austeras, pero implacables formas de vigilancia. Pero, la pregunta sigue siendo ¿quién vigila al vigilante? A medio camino entre una parábola con ribetes distópicos y un drama negro, en la frontera entre la excelente ‘La vida de los otros’, de Florian Henckel von Donnersmarck, y esa obra maestra tantas veces olvidada que es ‘La conversación’ de Coppola, ‘Testigo’ es un sólido e inquietante retrato cuyo valor más intenso reside en su capacidad para crear un clima de tensión y opresión, en ocasiones retorcidamente claustrofóbico, gracias a la empatía que logra transmitir el actor François Cluzet con su sobria indefensión. Quizás a ‘Testigo’ se le puede achacar cierta falta de brío en su recta final, una mayor oscuridad y arrebato para redondear la historia de este ciudadano envuelto en un laberinto kafkiano entre ‘El Castillo’ y ‘El proceso’. El juego de silencios, elipsis, reiteraciones permite generar esa atmósfera elocuente, que sirve tanto para denunciar como para agitar la mirada sobre un enredo que provoca desazón y vértigo. Las fronteras entre lo invisible y lo obvio, lo sugerido y lo transparente alcanzan su mayor contundencia hacia la la mitad del metraje, aunque ‘Testigo’ se va disolviendo cuando pierde el factor del misterio y abandona su personaje para detenerse en una resolución que resulte convincente. De lo desprendido y despojado se pasa a cierta acción explícita que rompe la armonía del filme. No obstante Kruithof se muestra como un alumno aventajado del ‘polar’ y logra sus mejores planos en miradas y composiciones que recuerdan al mejor Melville. La culpa, la soledad y la redención constituyen el verdadero puzle que construye una realidad solapada bajo los mecanismos perversos del poder que busca nuestra ceguera.