Me casé con un boludo
Argentina. 2016. 110 min (TP). Romance.
Director: Juan Taratuto. Guion: Pablo Solarz.
Música: Darío Eskenazi.
Fotografía: Julián Apezteguía.
Intérpretes: Adrián Suar, Valeria Bertuccelli, Gerardo Romano y Norman Briski.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
Vivir, actuar, actuar, vivir. Es una comedia muy, muy argentina. Un vodevil de actores, una vuelta de tuerca a la interpretación dentro de la vida, una catarsis sobre las posibilidades de ser nosotros mismos o de parecerlo. Una de máscaras con el amor como médium y como única dimensión. ‘Me casé con un boludo’ –en los matices de este término puede estar buen parte de las claves del filme de Juan Taratuto– es verborreica, lenguaraz, caudalosa y está acaparada por una pareja de excelentes intérpretes que se montan su particular tango de neurosis, hipérboles, miedos, afectos y desafectos. A veces actúan fuera del filme que ruedan en la ficción y otras se aman y viven su verdad dentro del set de rodaje en el que transcurre buena parte de la película. Es un bucle satírico a veces, de sainete otras, incesante siempre, que no se detiene más que en el verbo de ambos actores. El cineasta de ‘No sos vos, soy yo’ se mueve y diluye también con soltura y obsesión por la guerra de sexos, los límites entre la realidad y el deseo, la ficción y la realidad. Es una comedia romántica simpática, pero menos. Una declaración de amor a la interpretación como un medio de llegar a la vida. Todo es gesto, locura controlada y un despliegue de complicidad entre Adrián Suar y Valeria Vertuccelli, ella inmensa durante la mayor parte del metraje. Falta profundidad y elementos, factores que agiten la trama. Es una comedia de una idea y de una pareja que no parece avanzar nunca, varada en el egocentrismo de él y la fragilidad de ella. En realidad, el director se limita a estirar su propio cine fórmula y a cambiar las tornas de ‘Un novio para mi mujer’, que rodó con la misma pareja de intérpretes. No hay profundidad de campo en el guion que se queda en la superficie. Suar (hubiese sido más acertado elegir a Diego Peretti) y Vertuccelli sacan petróleo al encarnar a este matrimonio en el que, como todos, no se sabe dónde empiezan las poses, la simulación, el dejar de ser uno para ser el otro. A este ‘boludo’ le fallan las costuras. Es una comedia amable en la que, sin embargo, todo debería ser cruelmente ácido. Es previsible cuando se fundamenta en el azaroso y pantanoso campo minado de las relaciones de pareja y buena parte de los diálogos piden a gritos que alguien les zarandeen más allá de la gracieta y del chiste fácil que contienen. Con riesgo hasta podría haber sido un excelente musical. Hay más postureo que talento. Más histrionismo que psicología. Con algo de Pigmalion y otro poco de Cyrano, con deudas muy lejanas de Allen, la comedia se estira y alarga innecesariamente, casi tanto como el propio ego que está en el latido y la médula de la comedia. Hacia el final el director recurre a Camilo Sesto que asoma como una banda sonora que estuviera dando la hora. «Y ya no puedo más, /Siempre se repite la misma historia/ Y ya no puedo más,/ Estoy harto de rodar como una noria»…