Alien: covenant
EE UU. 2017. 123 min (12). Ciencia Ficción.
Director: Ridley Scott.
Intérpretes: Katherine Waterston, Michael Fassbender y Demián Bichir.
Cinesa y Peñacastillo
Es un ‘Alien’ operístico, grandilocuente, manierista, que curiosamente se muestra más atractivo en el exceso. Tiene más de inteligencia artificial, de HAL, el ordenador de ‘2001’, que del ‘octavo pasajero’. Más de apocalíptico que de integrado. ‘Covenant’ es el nuevo metro-bus de este viaje interestelar que nació en una monstruosa figura, en una de las grandes y más intensas creaciones del terror moderno, y concluye de momento en un wagneriano desfile de mutantes, tan viscoso y sangriento como estilizado. Se diría que Ridley Scott, además de practicar el onanismo cinematográfico en un intento de volver a mostrarse estéticamente a sí mismo, ha buscado en este regreso con más polizones que pasajeros, un producto que busca contentar a todos: puristas, advenedizos, exigentes y fieles. Y en gran parte lo consigue. Aunque es cierto que el equilibrio en la desmesura, que las imágenes opuestas entre el intimismo y lo grandilocuente no siempre funcionan, ‘Alien Covenant’ es un ejercicio visual impecable, elegante, deslumbrante en muchas ocasiones (caso de ese poderoso combate sobre la cubierta de la nave entre la nueva Ripley y el viscoso e inteligente alien). Y luego el director de ‘Thelma y Louise’ saca su vena de artesano para construir y avanzar sobre la eficacia de una historia habitada por una Pompeya apocalíptica, por mensajes de dioses y monstruos, y una constante invitación a rebelarse. Desde la nitidez expresiva a la conjunción de factores que marcan esta aventura casi existencial, todo en ‘Covenant’ revela al parásito creador que el cineasta lleva dentro. Unas veces aflora con forma de apasionada serie B y en otras como una estilizada manifiestación de franquicia. Todo en esta vuelta de tuerca fundacional, con ‘Prometheus’ al fondo, es dual, doble, géminis, de tal modo que el espectador se mueve entre paralelismos y duelos (de pareja, de poder, de recuerdos, de semejanzas, de complicidades…). Lo sofisticado y lo pulp conviven y dialogan como un fructífero espejo donde vemos el reflejo de esa obra maestra que es el octavo pasajero, y recogemos los fragmentos icónicos del crecimiento de esta pseudosaga. El diseño de los escenarios, abiertos o angostos, como es norma en el director de ‘Los duelistas’, son impresionantes: desde esa isla apocalíptica e imperial en medio del espacio a los pasillos de la nave que han generado una de las zonas de terror más icónicas de la historia del cine. Scott reinventa ‘Alien’ para que todo siga igual. Se mimetiza en sus raíces, recoge restos de quienes se atrevieron con las secuelas y exprime toda la parafernalia alien hasta generar un campo minado por la pesadilla, las sombras, el horror, el vértigo de la ciencia ficción, lo inalcanzable y todo ello envuelto en una partitura visual interminable entre citas y nombres. Ahora todo es menos sucio. Lo aséptico y digital, lo inteligente artificial toma el mando. Pero Scott como un compositor, un fantasma de la ópera, interpreta la tensión y protagoniza un recital de nervio desbordante aunque disfrace todo de un enredo científico, ético y reflexivo. En un estado intermedio, ‘Covenant’ lanza guiños androides, sueña con aliens eléctricos, y respira fuera de la nave con idéntica destreza pero a distancia del espíritu original. La fisicidad total del horror invisible o esa sombra viscosa sobre la espalda…Uno echa de menos Nostromo quizás porque como decía Byron «el objeto de nuestra existencia está en las sensaciones».