Plan de fuga
España. 2017. 115 min. Acción. Thriller.
Director: Iñaki Dorronsoro.
Intérpretes: Luis Tosar, Javier Gutiérrez, Alain Hernández y Alba Galocha.
Salas: Cinesa y Peñacastillo.
En su apariencia y envoltorio la piel y la carne de este pulso de personajes al límite, enmarcado en una de policías y ladrones, despertaba grandes expectativas. Pero la acumulación solapada de elementos en una especie de sopa noir, realismo urbano y trasfondo de enredo económico cae en la dispersión, la confusión y la superficialidad. Hay una pátina negra, de género, bien armada en los factores estéticos y narrativos al uso, pero ‘Plan de fuga’ es un atracón imperfecto de tópicos fundamentados en la indefinición de lo que se quiere contar realmente. Al filme de Iñaki Dorronsoro, su segunda película tras una nada desdeñable ópera prima, ‘La distancia’, le pierde esa diluida desazón de no saber muy bien qué hacer con un guión que toca muchos palos y no se queda en ninguno; y le salvan sus actores por una excelente dirección de intérpretes, muchos de los cuales, pese a lo irregular de la historia, consiguen superar los agujeros negros. Inspectores, confidentes, infiltrados y tramas turbias conviven en una marea negra donde la supervivencia, el desamor –las subtramas de pareja son las que más chirrían- y el juego de poder y dominación entrelazan a las criaturas de esta mezcla de thriller que ni consigue ser social, hacia donde apunta en ocasiones, ni noir del todo pese a su declarado amor por el género, desde la envolvente banda sonora de Pascal Gaigne a la fotografía de Sergi Vilanova. Sobrepasada de metraje y dando varios bandazos, ‘Plan de fuga’ nunca conecta su atmósfera con el ritmo y el discurso de los hechos. Los personajes parecen huérfanos que tan pronto adquieren consistencia como desaparecen en esa continua disrupción de mafias visibles e invisibles que recorren los meandros de una trama imposible. Con sus respetables devociones y su guiños particulares Dorronsoro está muy cerca del cine fórmula, entre lo trillado y las trampas. Alain Hernández, muy sobrio, y Javier Gutiérrez, imponente como siempre, se comen el filme. Muy lejos de ese thriller social que ha dado sus buenos frutos en el cine español más reciente, de ‘Cien años de perdón’ a ‘Tarde para la ira’, la cinta desaprovecha algunos escenarios, rueda otros con el piloto automático puesto, e incluso transiciones como de la Madrid a Bilbao resultan gratuitas y globalizadas y no imprimen ninguna ilustración personal a la ficción. El juego de amistades peligrosas, fraternales y traiciones que subyace a cada paso apenas deja un poso emocional en su intento de servir de argamasa a todas las historias cruzadas. Demasiada figura de cera y mucho fondo acartonado impiden que la película vuele con esas alas aparentemente resistentes pero cortadas por un incoherente pastiche de miradas gastadas y mal asimiladas. Pésima y pesada digestión para tal atracón de imperfecciones, eso sí, muy negras.