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Guillermo Balbona

Fuera de campo

Apocalipsis caducado

Resident Evil: Capítulo Final

EE UU. 2017. 106 m. (16). Acción.

Director: Paul W. S. Anderson.

Intérpretes: Milla Jovovich, Ali Larter, Shawn Roberts, Ruby Rose.

Salas: Cinesa y Peñacastillo.

Una franquicia que dice adiós oficialmente, entre fuegos de artificio y con el maletín del fin del mundo de la señorita Jovovich bajo el brazo, es una cosa tan rara como escuchar dimitir a alguien en España. Pues bien, ‘Resident Evil’, tan agotada y agotadora como tantas otras sagas, se despide exhausta con cohetería y un desfile de reiterativos gestos de esta Robin Hood cibernética, adalid de un cine clon exprimido hasta lo cansino. El tándem Paul W. S. Anderson/ Milla Jovovich ha durado tanto como lo hace un matrimonio entre amagos de separación, intentos de revitalizar la relación y afectos a costa de lo rutinario. La sexta entrega, retórica y machaconamente repetitiva hasta ese epígrafe de ‘capítulo final’ por si alguien lo dudaba, se aplica el ejercicio de la síntesis y sospechosamente deja la puerta virtual abierta en caso de que algunos tengan nostalgia, o les flaqueen las fuerzas al equipo de guardia de guionistas. Como si se tratase de una cabalgata y un muestrario de género el cineasta de ‘Mortal Kombat’ convierte a su protagonista en una mujer para todo a través de la acción de centrifugado, acumulando todas las sucesivas gesticulaciones efectistas aparecidas durante la saga. Entre el peor Alien y el gigantismo apocalíptico se sitúa, sin ninguna épica ni emoción, esta aventura de supervivencia de Alice y sus proscritos resucitados. El videojuego impone su ley y la heroína nunca adquiere categoría humana ni en cercanía ni en empatía. Todo suena a ejercicio zombi, confundiendo el ritmo frenético con la acumulación, y la velocidad con el tocino. Con espíritu de juego de rol la protagonista, que abandona al espectador en demasiadas ocasiones, va superando pruebas entre retorcidos giros y acciones circenses. Incluso cuando el conjunto vacío no serviría ni para una pizarra matemática, se permite introducir cual parábola distópica cierto mensaje político sobre una futura sociedad de selectos magnates y afortunados elitistas. Una especie de raza aria fundamentada en la riqueza. Para entonces ya es demasiado tarde para revestimientos. La historia que tiene su propio santo grial se deja llevar por la inercia y el final de la saga apunta más a muerte asistida que a celebración. El montaje entre la montaña rusa y un caótico tren de la bruja, solo contribuye a crear distancia, a fomentar la confusión y a que el personaje se antoje una interminable parodia de sí mismo. El director de ‘Pompeya’ busca ornamentos visuales hasta debajo de su tablet. Efectos sí, criaturas también, aunque sean fruto de un mestizaje hipertecnológico. En este epílogo todo es mesiánico como corresponde a la agonía y el gran videojuego llevado a su hipérbole de sofisticación reviste una mirada medieval con metáforas de castillo y fortalezas. Lo cierto es que la saga venía de una quinta entrega más que estimable pero dice adiós con esta carrera cronometrada a ninguna parte. El cineasta, responsable de cuatro de las seis entregas de la saga, mezcla en su particular batidora el terror con las artes marciales y ese cine catastrofista de última hora en busca de un mensaje finalista. Afortunadamente después de ‘Resident’ seguirá habiendo cine y, además, bueno.

Guillermo Balbona comenta la actualidad cinematográfica y los estrenos de la semana

Sobre el autor

Bilbao (1962). Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Ser periodista no es una profesión, sino una condición. Y siempre un oficio sobre lo cotidiano. Cambia el formato pero la perspectiva es la misma: contar historias.


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