Proyecto lázaro
España. 2016. 112 m. (12). Ciencia-Ficción.
Director: Mateo Gil.
Intérpretes: Tom Hughes, Charlotte Le Bon, Oona Chaplin, Barry Ward, Julio Perillán, Rafael Cebrián.
Salas: Peñacastillo
Es tan detallista e interesante como fría y narcisista. Con una puesta en escena brillante y un modo atrevido de afrontar la ciencia ficción, a Mateo Gil su ‘Proyecto Lázaro’ se le escapa a veces por su tendencia a mirarse el ombligo y por un subrayado narrativo apoyado en la voz en off. A cambio estamos ante uno de los trabajos más arriesgados e interesantes de los últimos años del cine español. Entre la distopía y la parábola nada futurista sobre la inmortalidad, asentada en los avances celéricos de la ciencia y en las teorías y experimentación de la criogenización, el cineasta de ‘Nadie conoce a nadie’ logra posar al espectador sobre un terreno espinoso, nada cómodo, para contar el perfil de un hombre al que se le anuncia un cáncer terminal en lo mejor de su vida. Pero si la resurrección y la carne recorren el ejercicio visual del filme, desde el laboratorio al flash back permanente de los recuerdos y la memoria, es la hermosa historia de amor que subyace a la etiqueta de género la verdadera espina dorsal del filme. Una maravillosa Oona Chaplin, con un personaje que el cineasta desaprovecha, insufla aliento vital e intensidad entre los pliegues de este mosaico existencial que tan pronto rebosa guiños del cine de Terrence Malick como escala con personalidad propia por los peldaños de un ‘Boyhood’ congelado. Son esos ‘momentos de vida’, a modo de un álbum de instagram de retazos selectivos y necesariamente incompletos, los que proporcionan un paseo hermoso por el amor y la muerte. El guionista de ‘Abre los ojos’ y director de ‘Blackhorn’, de la que extrajo una de las mejores interpretaciones de Eduardo Noriega, que no rodaba desde hace seis años, envuelve su regreso en un filme que posee su mayor valor en la capacidad de riesgo y en ese aire de libertad que transmite. Fábula o alegoría sobre una inmortalidad aséptica y depurada de pasiones, ‘Proyecto Lázaro’ libera imaginación como adrenalina y agita las miradas posibles, que las hay en su filme pese a esa frialdad constante, para construir una lúcida vuelta de tuerca a esa ‘cuestión de tiempo’ donde confluyen estados de ánimo y sentimientos. A veces lo discursivo nubla y ciega ese misterio del viaje de ida y vuelta de un amor instalado en el propio discurso de la muerte. Entre complicidades bíblicas, reflexiones nada banales sobre el poder de la ciencia, Mateo Gil combina contención con discurso, elegancia con sobriedad. Entre el mito de Frankenstein y el homenaje a ‘La última tentación de Cristo’ de Scorsese, la película se desliza entre cierta metafísica y espiritualidad, y una retórica conservada en el frigorífico. En ese estado de las cosas, entre resquicios y visillos, Oona Chaplin se asoma con extraña y humana naturalidad para dejar impregnada la pantalla de una romántica sombra y quizás para recordarnos.