El hombre de las mil caras
España. 2016. 123 m. (7). ‘Thriller’
Director: Alberto Rodríguez.
Intérpretes: Eduard Fernández, José Coronado, Carlos Santos, Marta Etura, Emilio Gutiérrez Caba.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
La enredadera y lo camaleónico se funden en un episodio de verdades y mentiras incrustado en la historia reciente de la democracia española. Entre Luis Roldán y Francisco Paesa, a la manera de dos zombis muy vivos, asistimos a un auténtico viaje a las profundidades de las cloacas del Estado, la impostura, el engaño, la simulación, la superficialidad dentro de un contundente juego de máscaras y espejos. Entre falsos espías, secretos de Estado conocidos por todos, tramas casi surreales, picaresca y pesadillas de dinero y poder discurre esta atractiva y poderosa tercera vía entre géneros. El cineasta de ‘Grupo 7’ construye con claridad, lucidez, seducción y mirada implacable un thriller que no lo es del todo, un western urbano, entre ciudades, de dos fugitivos que tampoco lo son del todo y que cabalgan con el paisaje de fondo de un país, España, que parece un decorado. ‘El hombre de las mil caras’ es una narración sin fisuras con un equilibrio entre la voz en off y la visualización de los hechos, y una atmósfera que remarca la condición de cuento político. Estructurada de manera circular en un flash back, alimentado por otros cruces, que empieza y concluye en un aeropuerto, el espectador se siente como el invitado a un asiento de primera que viaja de la mano de tres pilotos –espléndidos Eduard Fernández y Carlos Santos– hasta el corazón de una historia rocambolesca, tan sutil a veces como patética otras. Los Paesa, Roldán, Camoes…componen un mosaico que mezcla el suspense, la intriga, el clima casi morboso, el cinismo, los claroscuros del sistema. Alberto Rodríguez, como en ‘La isla mínima’, deja dudas en la penumbra, logra transmitir las ambigüedades y retrata esos márgenes donde la falacia, el dato oficial, los agujeros negros y esa patina social procuran que la historia se vaya deslizando con facilidad y entregada en bandeja con todas sus respuestas, especulaciones y medias verdades. El estreno del filme ha coincidido con la reaparición de Paesa a través de ‘Vanity fair ‘lo que le da a la historia un toque especial, ese aire de irrealidad, farsa y pantomima política que habita en este enredo de pícaros, oportunistas, burlones, descarados y ladrones que persiguen resquicios, filtros, trampas y juegos sucios. Los intérpretes logran aportar matices psicológicos, detalles humanos que permiten rascar sobre la caricatura y la foto de periódico viejo. Hay precisión, dominio de los tempos, mucha bofetada moral aunque no lo parezca, y la narración, que se parece a los thrillers de espías de los setenta, es como si en cada etapa del periplo de Bourne hubiese dejado una pista política, un rastro de intrigas y criaturas que sobreviven bajo un continuo baile de disfraces. Quizás hay un abuso de los planos ralentizados pero el ritmo y la puesta en escena, con una precisa utilización de los escenarios, dibuja de manera contenida el trayecto de unos impostores profesionales que cambian a cada paso el color del dinero.