Blood father
EE UU/Francia. 2016. 88 m. (16). Acción.
Director: Jean-François Richet.
Intérpretes: Mel Gibson, Elisabeth Röhm, William H. Macy, Diego Luna, Thomas Mann, Erin Moriarty.
Salas: Peñacastillo
Entre la redención de la estrella y la rendición a su presencia discurre este filme granítico, sin recovecos, ceñido a la historia. De nuevo, como esa corriente que atraviesa buena parte del cine del presente, un guión mediatizado por la relación paternofilial. Y un aire de perdición, de destino trágico y de violencia inevitable que envuelve este thriller de trago seco. Jugando con el protagonista y despojando la historia de elementos futuristas, que no caben, cabría hablar de un ‘Mad Dad’ en lugar de un ‘Mad Max’. Esta oscura y violenta danza de venganzas, ‘Blood father’, busca y persigue en todo momento a un Mel Gibson que parece reivindicarse resurgiendo de esa zona cero en la que parece haber habitado durante mucho tiempo. Como su personaje hay sombras y claroscuros de redención y de rehabilitación en esta también parte de road movie en la que un padre exalcohólico y una hija, que parece viajar sin remisión al lado oscuro, se miran a la cara para restregarse el pasado y limpiar su futuro. No hay resquicios ni tiempos muertos, desde esa caravana varada en el desierto a esa moto que simboliza una época de contracultura – el filme incluye un largo discurso reivindicativo desde cierta autenticidad vital frente a las modas y la sociedad hipertecnificada. ‘Blood father’ es una huida hacia adelante que nunca deja de mirar atrás. El director de ‘Una semana en Córcega’, Jean-François Richet, nunca baja la guardia y, entre cierta visceralidad y un ritmo ajustado, se marca un western de carretera, metafórico y sin tregua, con gran sentido de la economía narrativa. Gibson, como el John Wayne de última generación se sube a la moto y dispara integridad, ironía y energía a un cinta de intenso aroma a cuidada serie B. No hay nada original ni lo pretende. Quizás por ello este sucio puñetazo en la boca del estómago es más entretenido que melancólicamente redentor. Pero no solo vuelve Gibson con pegada sino el propio Richet regresa al terreno que mejor saber cruzar como ya demostró en ‘Mesrine’ y en ‘Asalto al distrito 13’. Entre el noir y lo pulp, con algo de cinismo y sin fuegos artificiales, el filme certifica su escritura nada amanerada, de montaje acelerado y mirada cortante, que no se anda por las ramas y busca siempre el epicentro argumental. Furia, fiereza, tensión y adrenalina en un cóctel tan arrugado como el rostro de Gibson que pese a lo previsible, funciona con eficacia y reparte buenos momentos. El actor dijo en una reciente entrevista de promoción que «hay días en que me miro al espejo y veo a un viejo. Y ese es un día bueno». Con ironía desgarradora y graduación desoladora, intérprete y personaje se miran al espejo y dejan en el espectador un reflejo entre lúdico e interrogante. Cine hay suficiente para evitar el patetismo y la convención, y atravesar este trayecto rabioso que corre a ninguna parte. Un desierto vital plagado de sangre fácil.