Malditos vecinos 2
EE UU. 2016. 92 m. (16).
Comedia.
Director: Nicholas Stoller.
Intérpretes: Seth Rogen, Zac Efron, Rose Byrne, Chloë Grace Moretz, Selena Gomez, Dave Franco, Lisa Kudrow.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
Arranca con un vómito en toda regla y juega a mezclar desmadre y extravagancia, lo escatológico con lo incorrecto con tanta simpleza como eficacia. El cineasta de ‘Eternamente comprometidos’ y ‘Todo sobre mi desmadre’, Nicholas Stoller, aborda la secuela con la lección aprendida, contando los mismos chistes en apariencia de otro modo y dando una vuelta de tuerca a los gags. La perspectiva feminista se incorpora al jolgorio de este vecindario con aires de convertirse en franquicia con resacón. Su pragmatismo se fundamenta en parecer que todo encaje, y bien, en esta segunda entrega de ‘Malditos vecinos’. Stoller zarandea con mucho chiste y pataletas el burbujeante y, en ocasiones, disparatado muestrario de torpes, tontos y estereotipos en una jungla de la convivencia. Entre persecuciones, retorcidos juegos florales universitarios, sectas de moda y sobre la moda, y lúdicos enfrentamientos, el toque nuevas generaciones y el sello de una nueva comedia femenina sujetan la desmesura de este modelo de loca comedia bromista. El de Stoller es un humor que no busca tanto el ingenio como el impulso físico, el arrebato de gamberrada medida y la fidelidad a la risa como principal objetivo. Más que caricaturas o perfiles definidos la secuela siegue manteniéndose fiel a una regla: los personajes sólo son importantes para crear un ecosistema de diversión ligera, algo provocador y en el mejor de los casos con cierto poso inteligente. En la secuela eso se cumple cuando el filme busca exprimir una perspectiva femenina. El resto es envoltura festiva, casi una celebración juerguista aderezada con cierta acidez no siempre bien encauzada. Stoller hace hincapié en el desmadre, en construir un escenario cambiante pero que continuamente es el mismo en el que se subraya la inmadurez como etiqueta cotidiana dominante. Las cuestiones de género, siempre en el filo de la navaja, constituyen el eje de unas relaciones que plantean más interés del que parten gracias a un buen toma y daca de actores con gracia. Su toma de conciencia reside en no aparentar lo que no es de tal modo que el descontrol al que apela, su salvajismo superficial, con alguna sombra moralizante, acaban por convertirse en la mejor coartada y en el más eficaz controlador del ritmo y la diana cómica. Trazo grueso y sal gorda en una especie de artefacto, que propone el reverso de la original, a través de chistes reflejos, el gag invertido y la ambigüedad sobre las identidades y sus reflejos sociales. Mucho ruido para tan corto recorrido.