El juez
Francia. 2015. 98 m. (7). Comedia.
Director: Christian Vincent.
Intérpretes: Fabrice Luchini, Sidse Babett Knudsen, Miss Ming, Berenice Sand, Claire Assali.
Salas: Groucho
Este es un filme sutil que avanza entre dos rostros, un juicio, un tribunal de lo penal y un enamoramiento sostenido en el tiempo, entre un secreto y un despertar. ‘El juez’ no hace ruido y quizás por eso desprende una atmósfera especial. Bajo la trascendencia de un proceso judicial a un joven acusado de matar a su bebé asoma el milagro del amor, la intimidad exenta de espectáculo, el hechizo preservado. Una canción de Georges Brassens, surgida de un poema de Antoine Pol, dedicado a «todas las mujeres que amamos durante unos instantes secretos», subyace en esta cinta en la que discurre con discreción el fascinante ejercicio de naturalidad entre Luchini –Copa Volpi en Venecia al Mejor actor– y Sidse Babett Knudsen (rostro mágico de la serie ‘Borgen’) que empapa la pantalla de una cómplice manifestación emocional. No hay estrías ni desgarradura, ni una especial vocación de estilo. Si acaso un trazo leve con la pretensión de radiografia del sistema judicial, el peso o la levedad de los jurados populares, la ambigüedad de las fronteras entre el bien y el mal, la inocencia y la culpabilidad y, como una patina de perfume azaroso, el rastro de ese amor incompleto que avanza con muletas y entre cegueras parciales por culpa del destino. Romance de apenas una caricia, unas miradas y una confesión congelada en el tiempo, su hondura reside en que resiste en la superficialidad de todo lo que cuenta. Luchini, que nunca ha dejado de trabajar en pantalla como si Rohmer siguiera vivo, es el alma de este filme de Christian Vincent entre la ceremonia, la fuerza de la costumbre, la caligrafía delicada y el apoyo constante en los intérpretes. El director de ‘La cocinera del presidente’ firma una especie de Chabrol aséptico, que no inane, sin ansias de autor, al margen de todo rizo pasional. Si acaso un toque cómico, de critica social amarga atraviesa la mirada del juez sobre el entorno, el verdadero juicio de la película frente a la anécdota trágica del tribunal y sus deberes. No existen hipérboles. Vincent deja que la ficción discurra instalado en una engañosa desidia provinciana, en un drama comercial en el que no afloran los discursos ni los giros dramáticos. Por ello ‘El juez’ es como tragar saliva, como el retrato de un acto ordinario, el acta notarial de un encuentro de amor sin conocimiento. Aparente sobriedad narrativa y precisión en los rasgos de unos personajes que se mueven bajo un cristal tan opaco como transparente. Un golpe de vida fugaz entre la rutina que supone el aliento rotundo de una sombra de amo.