La modista
Australia. 2015. 118 m. (12). Drama.
Directora: Jocelyn Moorhouse.
Intérpretes: Kate Winslet, Liam Hemsworth, Judy Davis, Hugo Weaving, Sarah Snook, Sacha Horler.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
En ocasiones es un vestido estampado hecho jirones y en otras un deslumbrante ejercicio de alta costura para pasarela de lujo. A ‘La modista’, tan interesante como original y diluida apuesta, le pierde su acumulación, sus ganas de solapar pliegues narrativos, pero la mayor parte de sus trajes acaba dando puntada sin hilo. Hay carrete de sobra: redención, reconciliación, venganza, romance, sátira, fábula, realismo mágico y hasta comedia bufa pero para tanta máquina Singer necesitaba o un milagro o un golpe de genialidad para coser tanto parche. ‘La modista’ se sostiene en el efecto sorpresa y en ese vaivén constante, un baile entre géneros de tal modo que nada se está quieto pero tampoco acabamos de saber cuál es la melodía. Lo que sujeta el andamiaje es la omnipresente y siempre atractiva Kate Winslet que vuelve a comerse la cámara cómo y cuándo quiere, y que además cuenta como aliada a una inmensa Judy Davis en el papel de madre. Jocelyn Moorhouse, dedicada al teatro, que llevaba casi dos décadas sin dirigir tras dos sólidas demostraciones narrativas como ‘Heredarás la tierra’ y ‘Donde reside el amor’, adapta el best seller de Rosalie Ham. Fábula, dramedia, sí, pero también western rural con pistolera de aguja de coser y cinta métrica a modo de cartuchera, dispuesta a cumplir su venganza cual Clint Eastwood del ‘pret a porter’. Los destellos de talento y la sombra de originalidad descargan su efecto en ese juego de tonos que hace perder el sentido de las historias cruzadas y, en ocasiones, el del mismo espectador. Juguetona y dispersa, también retorcida en su metraje, discurre en la cuerda floja. ‘La modista’ se muestra tan ordenada en el caos como desatada en sus ganas de contar cosas. Una especie de Macondo australiano en el que los habitantes solo viven a través de sus miserias de cotilleos, maldiciones y envidias, mientras cubren sus dobles y triples vidas, sus perversiones y secretos de familia. Los patrones de Balenciaga y Dior desfilando por un polvoriento y seco pueblo deslavazado que aspira a vestir por fuera su desnudos emocionales interiores. ‘La modista’ peca de indefinición. Se equivoca a veces en el paño y en otras se pincha al coser tantos pliegues. Nimiedad y grandilocuencia conviven con barroquismo formal y galería de intérpretes intensos y entregados. Un álbum de miscelánea de diseños en el que encontramos cine social, gestos de melodrama clásico y tragicomedia gesticulante, el filme juega tanto a la rareza y la exageración que esta costurera le sale rana. Entre los encuadres y la óptica, el trampantojo acaba devorando la ansiedad narrativa de esta prenda que una vez desprendida de su maniquí se desconoce si entra por la cabeza o por los pies. De tanto coquetear con géneros y territorios la estilizada acumulación saturada de historias pierde su encanto por ese mírame y no me toques que va diciendo en cada fotograma.
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