¡Ave, césar!
EE UU. 2016. 106 m. (TP). Comedia.
Directores: Ethan y Joel Coen.
Intérpretes: Josh Brolin, George Clooney, Scarlett Johansson, Ralph Fiennes, Tilda Swinton, Channing Tatum, Frances McDormand.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
Hay muchas balas sin pólvora en este divertimento rebosante de cinefilia. Los Coen, como en ‘Barton Fink’, pero con más serenidad y cinismo, hacen una parada endógena, se sitúan en el Hollywood de los 50 y miran hacia dentro del cine con este aparato paródico más aparente y resultón que rotundo. El ingenio, y también el cinismo, están presentes en ‘¡Ave, César!’ como esos destellos de la causticidad y originalidad intrínseca que posee el ADN cinematográfico de estos hermanos. En el camino, ya más de treinta años, han dejado varias obras maestras y una ración de excelentes películas pero sin duda toda su filmografía está impregnada de aquella desazón de humor negro, rabiosa e inteligente, que se respiraba en su ópera prima, ‘Sangre fácil’. Ahora, más lúdicos y sutiles, proponen un parque temático sobre las entrañas de la industria que apunta a muchos sitios pero al que, quizás, le vence su dispersión y su mosaico de viñetas diluidas y con escasa argamasa. Ello no impide momentos impagables como ese baile de coreografía marinera protagonizado por Channing Tatum, a modo de reencarnación de Gene Kelly y Donald O’Connor, o la aparición breve pero jocosa de Frances McDormand, su fetiche, en plena labor de montadora. ‘¡Ave, César!’ es una colorista fábula contada alrededor de un duro productor con sentimientos de culpabilidad, que actúa como demiurgo y padre de esa gran familia de actores fracasados, estrellas fugaces, oportunistas, arpías, sabandijas y pícaros en torno a rodajes grandilocuentes y producciones modestas. Los autores de ‘Muerte entre las flores’ y ‘El gran Lebowski’ parecen haberse divertido con esta comedia demasiado fría y calculadora, muy pensada y menos sentida, a la que le falta esa desgarrada comicidad humana que Joel y Ethan han posado sobre retratos inimitables como ‘Fargo’. Es verdad que caben momentos hilarantes y gags marca de la casa, como la escena del sofá con la estrella de westerns, o esa conversación a cinco bandas sobre la moralidad en la pantalla y sobre Dios y otros dioses y su presencia en la fábrica de sueños. El juego vertebral, esa reunión de guionistas marxistas, secuestradores de estrellas, no deja de transmitir la sensación de ser el principio de otra película que se ha colado como un extra mal ubicado en una escena callejera. Su filme es un ordenado ‘tetris’ de divas embarazadas, conspiradores, cronistas despiadados (todos los buenos lo son), y sueños rotos. En realidad es una ensalada que prueba los sabores dulces y amargos del propio pastiche de géneros del viejo Hollywood. Un viaje místico al fin de la noche laica e iconográfica de los decorados. Cristo y Marx, y, sobre todo, el cine para alumbrar la historia de cada uno. Es ligera y desigualmente divertida. Posee muchas dianas y quizás poco dardos. Pero cala su mensaje como un cobijo cómplice. Cuando la vida dice no, el cine nos salva.