JOY
EE UU. 2015. 124 m. (7). Biográfica.
Director: David O. Russell. Intérpretes: Jennifer Lawrence, Robert De Niro, Bradley Cooper, Isabella Rossellini
Quizás se revela demasiado estilizado y, por contra, algo desmayado. Es más interesante que arriesgado, más sutilmente ácido y resultón que profundo, pero este melodrama en negro y rosa lleva dentro una diosa: Jennifer Lawrence. Y ella hace lo que quiere y cuando quiere. El resto es envoltorio, entre decisiones caprichosas, muy buena mano de pintura y algunos momentos teñidos por un enérgico pulso narrativo y golpes de ingenio. ‘Joy’ en apariencia es el biopic de una humilde trabajadora, inmersa en una familia absorbente. El relato de cómo la joven saca adelante sus ideas e inventos, una fregona como estrella, es tan solo la fachada. La hondura y la sutileza asoman a través del retrato en femenino singular de una mujer que vive entre las fantasías ensoñadoras de su abuela y la fe en que puede cambiar todo su alrededor por muy pesada que sea la carga. Hay una traslación metafórica, casi de cuento, del sueño americano como mentira oficial pero también como eje soberano y friso constante de una mirada sobre el mundo. ‘Joy’ es Capra de algún modo, pero en su reverso David O. Russell da la vuelta al calcetín de las ilusiones, desgarra las formas y muestra las grietas de la frustración y el fracaso. Una vez más es Lawrence, inmensa, quien mece la cuna. El cineasta de la sobrevalorada ‘La gran estafa americana’ incide en un reparto muy similar al de ‘El lado bueno de las cosas’ e incluso insinúa la consolidación de una cierta tetralogía de la sociedad estadounidense en su filmografía. Sin embargo ‘Joy’, juguetona y algo deslavazada, es irregular y mientras el encaje narrativo de la banda sonora resulta acertado, la hipérbole de esa familia convulsa, peripatética y caótica no encuentra su verdadero lugar. La actriz reposa sus matices, restriega su presencia cuando el entorno es melifluo, se apodera de la cámara con sinuosa voracidad y es pura seducción. Asume los cambios de tono y esquinazos emocionales para exprimir la comedia dramática cuando a Russell no se le levanta la inspiración. La transmutación de géneros, no tan lograda como en otros de sus filmes, se compensa con el magnetismo de la intérprete. Toda la exuberancia y la aspereza reside en la luminosidad de Lawrence que logra dotar de verdad la desigual y algo petulante caligrafía del cineasta de ‘Tres reyes’ cuando se dispersa en las posibilidades poliédricas de su criatura. Todo se vuelve en ocasiones tan excéntrico como naif, tan huidizo como artificioso, pero Lawrence, heroína propiamente dicha, ordena el caos y camina firme con sus gafas de sol apagando lo que solo eran destellos. Si sus tontas caídas sobre las alfombras rojas del mundo no son un símbolo del destino, esta actriz maleable que aún da sentido a la fotogenia será la gran diosa de Hollywood durante los próximos quince años.