Su atractivo reside en el desconcierto. Y eso dicho de un filme adscrito en apariencia al género del espionaje, a los rescoldos de la Guerra Fría y al thriller psicológico es un elogio. Más sórdido, mental y extraño que la media, sacrifica la acción directa por un halo de frialdad de fuego donde brilla la empatía director- actriz y resalta la crudeza, el protagonismo del sexo y cierto retorcimiento en el lenguaje del cuerpo como expresión de seducción, engaño y supervivencia incluso. Cercana a películas como ‘El topo’ y ‘Topaz’, por poner dos extremos, ‘Gorrión rojo’ sortea las estancias comunes del género y aunque la trama mantiene las coordenadas al uso, por ejemplo, de un relato de John Le Carré, desprende un aliento diferente entre el magnetismo y la repulsión con ese juego permanente de frío y caliente, de heladora calentura, de ardiente y níveo paisaje interior. Sin artificios ni esas concesiones habituales al amarillismo y la imagen impactante, con una cadencia y sobriedad singulares, Francis Lawrence va sembrando el campo minado de la joven bailarina de giros, agitaciones y convulsiones sutiles, nunca estridentes, en cuyos resquicios y fronteras entre personajes y situaciones va deslizándose esa otra película inesperada que tiende a la perturbación y la oscuridad. El cineasta de la excesiva ‘Constantine’, pero también de la melosa pero atractiva postal ‘Agua para elefantes’ y, por supuesto, de la saga de ‘Los juegos del hambre’, se revela coherente, eficaz, preciso en el retrato en femenino singular de un víctima del sistema, que se mueve entre la disciplina, la venganza y el instinto. Desde el potente montaje paralelo inicial que funde escenario y escena, suspense y trama, realidad y metaficción, hasta el desgarro y la dureza de algunos pasajes ligados a la rotura física y moral (los que se desarrollan en la residencia de adiestramiento parecen una pincelada naif del Pasolini de ‘’Saló o los 120 días de Sodoma’), certifican que al filme le interesa más el perfil, las entrañas y la transformación interior de su criatura que la enredadera de traiciones, topos, agentes dobles y adeptos a unas causas u otras, casi ninguna noble. La integridad y la supervivencia son los ejes que tiran de una cuerda floja por donde discurren las tribulaciones de esta Nikita cerebral dispuesta a dinamitar las convenciones. Querencias y sangre, sexo y libertad, hasta la propia historia de amor que asoma inevitable no parece tal. En el interior de ese hielo ardiente late un pulso hiriente sobre el destino, la muerte y lo perverso. Un filme arriesgado y notable al que le sobra metraje (y doblaje, claro) y al que quizás le falta una de esas direcciones más enérgicas. Gran parte de su delicado enjambre donde zumba esa otra película de armas tomar y desde Rusia con horror, reside en el excelente trabajo de Jennifer Lawrence. Descarada y astuta, película y personaje y, por ende, actriz, construyen un juguete absorbente que restriega los pliegues humanos bajo la piel de lo aparente