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Guillermo Balbona

Fuera de campo

Apaga y enciende

Geostorm

2017 109 min. Estados Unidos. Director: Dean Devlin.

Guion: Devlin, Paul Guyot. Música: Lorne Balfe. Fotografía: Roberto Schaefer.

Reparto: Gerard Butler, Jim Sturgess, Abbie Cornish, Ed Harris, Andy Garcia, Zazie Beetz, Robert Sheehan.

Género. Acción. Salas: Cinesa y Peñacastillo


Más que adscribirse al género de catástrofes es una catástrofe de película. Su discurso, es un decir, pulula entre referencias claras y terrenos pantanosos: la visualización más que chapucera de lo apocalíptico, el cambio climático, la ciencia ficción doméstica, una metáfora política y un enredo conspiranoico tan irrisorio como vulgar, todo ello envuelto en un sentido del humor que amenaza la esencia identitaria de la condición humana. ‘Geostorm’, una especie de tormenta perfecta de la estupidez, ópera prima de David Devlin, responde a una supuesta y maquiavélica intriga criminal espacial que convierte a los satélites en altaneros ‘armageddones’ del desorden y la debacle planetaria. La cosa va de un acelerado caos informático, un apaga y enciende global y atmosférico, a modo de cuenta atrás. No hace falta ser un experto en texturas para darse de bruces con la huella de Roland Emmerich, dado que Devlin es uno de sus colaboradores habituales. La digitalización de la destrucción, las enésimas imágenes replicantes de la desaparición de urbes y megalópolis, el sentido de parábola trascendente en torno al futuro de la humanidad se funden en un cine superficial, un trasunto del cartón piedra de la infografía, con personajes patéticos y un tono dramático que resulta chistoso. Todo es hipérbole, mensaje para consumidores de parábolas finalistas escritas en el reverso de un calendario editado por alguna secta y su estridencia, de pura simpleza, resulta cachondo festiva. Una ‘Independence day’ cruzada por ‘El día de mañana’ y otras lindezas como ‘2012’, reconvertidas en un tosco y aburrido mecanismo fallido de tramas superficiales y engranajes familiares cerca lo patético. Para dotar de vida a su artefacto –aunque sea incapaz de insuflar hasta la meramente artificial–, el filme recurre a referencias paternofiliales y a conflictos entre hermanos con tanta credibilidad que parecen reinventar el concepto familiar. Huérfanos de espectacularidad hipnótica y exentos de un mínimo de empatía dramática queda afrontar el desastre como si todo fuese una paródica e iluminada asnada al servicio de ese cine que acapara pantallas con sus banales y vacías estridencias. Que esta película, cual arma letal de los ‘blockbuster’, haya estado precedida de numerosos problemas de producción y correcciones que se arrastran desde hace tres años, agrava aún más su condición de virus anticinematográfico, surgido de los propios ordenadores del sistema de Hollywood. Eso sí, no se pierdan la granizada asesina. Si es que antes superan el sentimentalismo epidérmico y ese aire de denuncia entre norteamericanos egoístas y buenos. Y Trump con esos pelos jugando a contaminar de peligrosa estupidez el planeta.

Guillermo Balbona comenta la actualidad cinematográfica y los estrenos de la semana

Sobre el autor

Bilbao (1962). Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Ser periodista no es una profesión, sino una condición. Y siempre un oficio sobre lo cotidiano. Cambia el formato pero la perspectiva es la misma: contar historias.


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