La niebla y la doncella
2017104 min. España.
Director y guión: Andrés M. Koppel.
Fotografía: Álvaro Gutiérrez.
Reparto: Quim Gutiérrez, Verónica Echegui, Aura Garrido, Roberto Álamo, Marian Álvarez, Paola Bontempi.
Género: Thriller. Salas: Cinesa y Peñacastillo
En este expediente X de picoletos listillos, isla con brumas y enredadas truculencias, subyace un chirrido permanente: la falta de aliento/talento para conjugar paisaje y personajes. La atmósfera, eso tan trillado pero tan difícil, es a lo que apela sin conseguirlo este thriller con estética atresmedia de serie televisiva, que se mueve entre la excesiva planificación –más bien un cálculo estático de los ingredientes–, la eficacia y los renglones torcidos pese a lo enrevesado de la apuesta. Al igual que algunos de los actores, el filme parece envarado en su artificiosa postura, escasamente natural. El resorte literario que proporciona Lorenzo Silva, con las historias de la pareja uniformada, pero no tanto, de Chamorro y Bevilacqua, es tomado aquí demasiado al pie de la letra y ‘La niebla y la doncella’ no fluye ni influye. Es fría, pesada que no densa, y no cuaja pese al empeño machacón en mostrar una enredadera de pasiones turbias e intereses ocultos que discurren como un arroyo subterráneo, ajeno al océano, y amparado por esa niebla cómplice. Andrés M. Koppel debuta para adentrarse en la tercera adaptación literaria de la obra prolífica (ya son ocho las novelas de la pareja) y siempre eficaz de Silva, tras ‘La flaqueza del bolchevique’ y ‘El alquimista impaciente’. El desfile de arquetipos es constante y el filme nunca logra desprenderse de un traje de buena factura, excelente ambientación, pero que desfila con la etiqueta puesta, embozado en cierta pretenciosidad y pomposidad. Como thriller funciona cuando se postula como el episodio piloto de una futura serie de expedientes y guardias civiles en busca de asesinos díscolos que se empeñan en esconderse en las tinieblas de sus turbulentas y poco nítidas convivencias. El resto es un quiero y no puedo de círculos concéntricos que se alejan, en lugar de cercar la materia prima de esa sucesión de disturbios que el relato propone y el escritor dispone. Traiciones, narcos, chaperos, asesinatos viscerales y arrebatos. Pero el filme prosigue monocorde y sólo al final aflora esa conexión entre corrupción política, degradación moral y cáncer invisible que adquiere algunas texturas transparentes y sólidas que provocan cierta inquietud escoltada por el paisaje de La Gomera. Quim Gutiérrez y Aura Garrido, hieráticos y helados, Verónica Echegui, algo más entonada, y Roberto Alamo, siempre interesante, componen las desiguales figuras humanas que habitan en este retablo desangelado y casi sin pulso pese a que todo late con taquicardias convulsas y agitadas. El misterio entre helechos, sangre y agua estancada es difuso, más confuso que extraño, casi siempre plano, y el fatalismo y lo sombrío, el desasosiego nunca crecen en la espesura del mal.