La torre oscura
The Dark Tower. 2017. 95 min. Estados Unidos.
Director: Nikolaj Arcel.
Guión: Akiva Goldsman, Arcel, Anders Thomas Jensen.
Música: Junkie XL. Fotografía: Rasmus Videbæk.
Reparto: Idris Elba, Matthew McConaughey, Tom Taylor, Katheryn Winnick, Abbey Lee, Jackie Earle Haley.
Género: Fantástico | Salas: Cinesa y Peñacastillo
La iniciación, la figura del padre, la existencia de planos y dimensiones diferentes y el eterno combate entre la fantasía y la realidad están presentes en esta desordenada, algo caótica, incursión en una saga literaria de Stephen King. El despliegue de mundos, espejos y reflejos de sueños dentro del sueño era lo suficientemente atractivo para crear un estado de júbilo y regocijo en la interminable batalla entre la luz y la oscuridad. Pero siguiendo la metáfora de esa torre que parece encargarse del equilibrio, el filme propone más altura que vértigo. Hay escaso riesgo y emoción en esta mirada de ‘historia interminable’, agitada como western con niño dentro, a lo ‘Raíces profundas’, que poco a poco se postula en clave mainstream como un artefacto de personajes muy planos y escenas de acción encadenadas por la monotonía y cierta desazón. Pese al excelente arranque, que no original, Nikolaj Arcel se ve incapaz de mantener el pulso y la aventura más pura, la que discurre en esa frontera inasible del sueño, se vuelve rutinaria y cansina. El cineasta de ‘La isla de las almas perdidas’ se queda en la superficie y no hay ni rastro de ese mundo retorcido y oscuro que deambula por las entrañas del maestro del terror. ‘Carrie’, ‘El resplandor’, ‘Cujo’, ‘Misery’… son algunas de las adaptaciones que han tenido desembarcos felices en pantalla (muy pronto recalará la sinuosa e inquietante pesadilla de ‘It’) pero ‘La torre oscura’, presunta saga con muchas entregas, no cuaja en este paso fundacional de las ingentes ocho novelas y miles de páginas a un supuesto esquematismo primario. La influencia de Tolkien es notoria y no debería estorbar. Pero Arcel carece de tono y los actores no ayudan demasiado a superar cierto aire de desgana y mirada televisiva. Solo el excelente Tom Taylor, que encarna la mirada del niño en su paso traumático hacia la adolescencia pone algo de verdad en esta piel tatuada por los tópicos. Una vez que el filme abandona esa parte de la criatura primaria y primitiva, y su elogio de la diferencia, la trama se torna insulsa y convencional, es decir, la antítesis de lo fantástico. No hay ni rastro de la supuesta mitología y el esquematismo moral en el duelo entre el bien y el mal, ese maniqueísmo sin hondura, asoma envuelto y transformado en una confusa y mediocre mezcla de géneros y situaciones que demuestran a cada paso que el director de ‘Un asunto real’ no sabe qué hacer con ella. El imaginario, limitado pese a su apariencia de desbordamiento, lo apocalíptico vestido de gesticulación anodina convierten a este niño y su vaquero- pistolero- salvador en una mediocre, escasamente ambiciosa y lánguida explosión de lugares comunes. Ni rastro de ese lado oscuro que nos hace mirar abajo y arriba en busca de nosotros mismos y nuestro lugar en el mundo.