Gru 3. mi villano favorito
Despicable Me 3 2017 90 min. Estados Unidos.
Directores: Kyle Balda, Pierre Coffin, Eric Guillon.
Guion: Ken Daurio, Cinco Paul. Música: Heitor Pereira.
Género: Animación. Comedia. Salas: Cinesa y Peñaastillo
Muchos tropiezos, mestizaje mal resuelto y cinefilia asumida, más como coartada que como guiño ingenioso y cómplice. Hay más sopa que ganso en ‘Gru 3’. El personaje de la saga y el spin off de ‘Los Minions’ no conviven con la armonía de sabores que se le presupone a una animación deudora de muchas salsas, irreverente y ácida a menudo. ‘Mi villano favorito’ arranca con ritmo, ganas de provocación, coreografía y una cháchara entonada, confundida o solapada con la acción, que parece anticipar el homenaje a los Marx que se plasmará después al ambientar parte de la trama en el reino de Freedonia, allí donde los geniales hermanos situaron su ‘Sopa de ganso’. Pero el filme, recreándose en lo acomodaticio de una saga exitosa, no arriesga ni levanta el vuelo. Acaparador en su punto de vista, disperso en su ficción, nunca logra conjugar sus tres tramas entrecruzadas ni por su desigual nivel de atención ni por lo que cuenta. Cuando los Minions, aquí con menor protagonismo, toman el mando, la cinta cobra locura y parece abierta a lo inesperado. El resto, entre el sentimentalismo y una especie de misión imposible entre globos de chicle y desestructuración familiar resulta pegajoso e hinchado. La carga de profundidad contra la fama fugaz y superficial, contra la televisión y sus programas salpica pero de manera ligera un argumento fragmentado e irregular que se acerca a tres cortometrajes adheridos sin demasiado tino. Cabe también cierta vocación de videoclip ochentero con bailes simpáticos pero que solo provocan ruptura en la acción. Como si los tres cineastas y dos guionistas no se hubieran atrevido a montar su particular musical con Minions, Gru y compañía. El subrayado familiar, las tres niñas y el gemelo desconocido, ahogan la espontaneidad, los homenajes en carteles y gags sobre buena parte de la comedia clásica, y el aire festivo y de celebración que desprenden los Minions queda acogotado por esa maternidad y apelación a la unidad de la familia unida jamás será vencida. No hay clímax y esa libertad creativa que transpira la saga se mantiene como un testigo vigilante del espíritu pero no impregna una aventura que son otras muchas. Ni que decir tiene que el filme, que transcurre entre estancias palaciegas y habitaciones, y cielos e infiernos de la acción más disparatada, abre y cierra puertas a otras posibles secuelas con tanto ímpetu y decisión como desaprovecha la figura del villano ochentero. Y, mientras, los Minions a lo suyo: estorbándose, mascullando, compitiendo en travesuras y dejando huellas de cierto surrealismo amarillo aún no explotado del todo. Hay una corriente de inercia, de dejarse llevar, de conformismo que atraviesa la comedia que acaba en previsible ñoñería. El latigazo inicial, el aire de ‘El guateque’ de Blake Edwards y los cambios de escenarios apenas son más que un leve espejismo donde el verdadero villano parece un extraño invitado de última hora.