Déjame salir
EE UU. 2017. 103 min (16). Terror.
Director: Jordan Peele.
Intérpretes: Daniel Kaluuya, Bradley Whitford, Allison Williams y Catherine Keener.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
Es juguetona, lúdica y lúcida, inquietante y agitadora, más que provocadora. Otra ópera prima en cartelera que destaca por su madura mirada. Su encanto reside en querer ser ella misma al pasar por las fidelidades de género, volverse militante, escapar de los estereotipos y poner al terror y lo misterioso al servicio de la crítica social. El nuevo racismo, quizás el de siempre, lo racial, la superioridad, la dominación conforman la entraña de esta píldora ácida que a través de una pareja (ella blanca y él negro) crea un microcosmos de desazón e inquietud. El filme de Jordan Peele que empieza, ya se ha dicho con reiteración en las promociones, haciendo un guiño a ‘Adivina quién viene esta noche’, no se limita a jugar con los géneros y a establecer una inmersión metafórica del racismo latente en la sociedad estadounidense, sino que cuida las composiciones, los movimientos de cámara desde el plano secuencia inicial, los primeros planos, las interpretaciones y texturas de este incidente de joven negro en apuros que a veces tiene un aire a las parábolas estremecedoras de M. Night Shyamalan. Otra dosis de personalidad y eficacia queda refleja en el inteligente uso del humor (negro, por supuesto) que impregna un trayecto corrosivo, obsesivo y de nuevo juguetón que permite la parodia, evita relajarse y lo convierte en un acicate para molestar. En esta mezcla sutil de factores humanos, entre el instinto, la memoria y la supervivencia, ‘Déjame salir’ instala un artefacto familiar, de apariencias, como si la historia fuese uno de esos trillados escenarios donde jóvenes bobalicones se adentran en el ojo del huracán. A través de la destreza y coherencia del cineasta las anécdotas y perfiles de los personajes, el clima ascendente y la mirada logran tanto aterrar como divertir, sin abandonar nunca una burbuja política que como una pompa de jabón pulula entre los personajes y las situaciones. La hipnosis como simbolismo del discurso, la familia como núcleo protector que concita los legados racistas, lo surreal e incomprensible, todo ello bien canalizado por un puñado de intérpretes a los que se les nota muy libres, potencian la atmósfera singular y la eficacia de la apuesta. Cáustica y sibilina, su retrato aparentemente leve de la sociedad norteamericana actual es incisivo y no es nada artificial ver numerosas señales de la inefable era Trump en las entrañas de esta historia rica en matices. Jordan Peele, un comediante televisivo, firma una simbólica y venenosa metáfora con gestos y aire de ‘La semilla del diablo’ y de ‘La invasión de los ultracuerpos’. Un divertimento astuto que mete el dedo blanco en el agujero negro sobre la colisión de razas, lo políticamente correcto y la integración racial para mostrar que no hay nada que cause mayor pánico que la hipocresía y el ataque a la diferencia, al diferente, al otro en definitiva.