Lady Macbeth
Reino Unido. 2017. 89 min Drama.
Director: William Oldroyd.
Guión: Alice Birch (Novela: Nikolai Leskov).
Música: Dan Jones. Fotografía: Ari Wegner.
Intérpretes: Florence Pugh, Christopher Fairbank, Cosmo Jarvis.
Salas: Groucho
Nada es lo que parece. No sirve la asociación fácil del título con Shakespeare, pues en este caso es una traslación de la novela del ruso Nikolai Leskov. Incluso estamos ante una ópera prima de un director teatral que muestra tal madurez que uno llega a pensar que ha estado haciendo cine toda su vida. Además, debuta una actriz que destila textura y pasión, complicidad y una ligazón total con la cámara, como si tuviese un invisible cordón umbilical con la imagen que se desea transmitir en cada momento. ‘Lady Macbeth’ es una composición pictórica del XIX pero moderna; una mirada costumbrista anclada en el pasado pero desbordante de actualidad; un ejercicio de estilo intachable, frío y elegante, aunque hipnótico como uno de esos cuadros de Turner que invitan a un viaje incierto. La singularidad de este retrato en femenino singular, de rebeldía y crueldad, radica en su mirada transgresora, en su reflexión abierta sobre el sexismo. William Oldroyd convierte una tragedia victoriana de sangre, sexo, racismo, dominación, humillación, moral, educación… en un fresco descarnado sobre fuerzas emocionales ocultas que asoman entre los pliegues de lo racial y el género. Formalistas, depuradas, despojadas, las imágenes de ‘Lady Macbeth’ revelan estancias vacías, gabinetes silenciosos, ventanas y puertas que ni están abiertas ni cerradas del todo. Hay una atmósfera gótica que atraviesa todo el filme, entre lo enfermizo y el humor contenido. Las miradas sostenidas de Florence Pugh, su presencia muchas veces como epicentro de elipsis y composiciones equilibradas en las que no parece suceder nada, constituyen una auténtica revelación. Matrimonio, adulterio, pasión, muerte… tras esa fachada convencional se agita un perfil de orgullo y convulsión, de prejuicios y melodrama. Su frialdad y distancia no hacen sino disfrazar un clima inquietante que preside cada misteriosa conducta, cada gesto poderoso por invisible, cada austera y honda inmersión en lo oscuro. Lo opresivo, la moralidad, el fatalismo y lo cruel, la libertad y lo libertino, la maldad y el vértigo existencial asoman, se intuyen, discurren en este cuadro de lo patriarcal, el feminismo y la ironía. La mujer muta la claustrofobia en desafío, lo decorativo en unas acciones que reafirman su presencia. Tras los planos generales y una cámara que parece poseída por rituales compositivos, se intuye una tormenta. Oldroyd mete a su antiheroína en una sala de operaciones. Su disección resulta tan atractiva como silenciosamente brutal. Las hermosas simetrías esconden esa frágil frontera entre la privacidad y la convención, entre la luz y la oscuridad, entre la vida y la muerte.