FAST & FURIOUS 8
EE UU. 2017. 136 min (16). Acción.
Director: F. Gary Gray.
Intérpretes: Vin Diesel, Dwayne ‘The Rock’ Johnson, Jason Statham y Charlize Theronia.
Salas: Cinesa y Peñacastillo.
El humor, casi autoparódico, ha tuneado la última entrega de fuga cinematográfica a ninguna parte y a toda pastilla más taquillera, esta vez más furiosa y visceral que veloz. «De una hostia te voy a cambiar el signo del zodiaco», le espeta Dwayne ‘The Rock’ Johnson a Jason Statham en una de la sentencias con mayor hondura intelectual de este congreso de irreductibles conductores cibernéticos. Es una de las chispas de este desfile de acción, traición, venganza y redención, dirigido con piloto automático, en una demostración de ruido, válvulas de videojuego y motores superficiales. ‘Fast & Furious 8’ es un cruce letal de ‘Misión imposible’ y los Bond más sofisticados, muy, muy viajero y jocosamente autodestructivo. De La Habana a las calles de Nueva York pasando por el Océano Ártico solo hubiera faltado el Pegasus sobrevolando las incidencias de esta familia de autoslocos jugando con las cosas de los mayores. El ritmo verdadero lo pone la banda sonora más que la acumulación caprichosa de escenarios para ponerle motor de inyección a la caza de gato y ratón que preside un filme más agitado que agitador, más activo que vivo. F Gary Gray, el responsable de tanto tráfico –al que debería fichar la DGT–, deja que sus peones se muevan por todas la casillas posibles para firmar un atasco de fraternidad y exterminio de más de dos horas. Director de ‘The Italian job’, ‘Diablo’ y ‘Negociador’, entre otras, dedica su tiempo a firmar un álbum de carreras que lleva un desafío dentro: a ver quién es capaz de arrancarle una sonrisa a Vin Diesel. Con sus superhéroes de chapa y pintura y marcha atrás la nueva entrega se dedica a reciclar la saga, entre giros, supuestas situaciones límite con carburante caro y olor a goma quemada. En el taller quedan pocas piezas. Más ligera en su carrocería, pero con mayor número de hipérboles en su retorcido pero necesario espectáculo, el vehículo cinematográfico compite consigo mismo en busca de un enésimo rizo. Las escenas de la lluvia de coches y la persecución con submarino certifican que el más difícil todavía circense ha sido aplicado en el taller con rigurosa sabiduría mecánica. Pero esta reunión de salvadores del mundo, especie de pandilleros a doscientos por hora, no engaña a nadie. Con vocación adolescente, a modo de olvidable montaña rusa, reserva un asiento en la parte de atrás y no para hasta los títulos de crédito. Sin disfrazarla, toda su honestidad radica en elevar el disparate a la categoría de imparable entretenimiento veloz. Cuando detiene la marcha y pretende dar lecciones de paternidad habría que quitar el carné a actores y director por vergonzoso exceso. Fiesta audiovisual de la testosterona, del automóvil al misil, del avión al tanque, el exceso consiste en desbordarse por todas partes, entre coches zombi y conductores descerebrados. Todo vale. Helen Mirren y Charlize Theron se han puesto el casco. Los demás no se enteran. En la próxima oferta de combustible de Hollywood esperan volver a llenar el depósito.