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Guillermo Balbona

Fuera de campo

Arritmias, ritmos y rimas

La bella y la bestia

Estados Unidos . 2017. 123 m. (TP). Fantástico.

Director: Bill Condon.

Intérpretes: Emma Watson, Dan Stevens, Luke Evans, Emma Thompson y Ewan McGregor.

Salas: Cinesa y Peñacastillo

Su acaramelada base se mezcla aquí con un sentido más expresivo de lo gótico y un intento de exprimir decorados y cuidados exteriores. La primera canción/ coreografía en el pueblo de Bella es significativa de lo que pretende esta adaptación, a priori innecesaria, nunca sobrante, que sigue al pie de la letra la versión animada, ya un clásico, y las cancines de Alan Menken. Quizás el tono más adulto, algunos toques de humor más inteligentes y la interpretación de Emma Watson ayudan a dar personalidad a este cuento entre la estilización, el juego de los mitos y la aplicación sin subrayados ni excesos de las nuevas tecnologías. No obstante, la paradoja de esta Bella y Bestia reside en que precisamente su mayor encanto no está en la visión que pueda aportar la utilización de personajes de carne y hueso, sino en la aparición de los objetos animados, del candelabro al armario tocador, del reloj a la taza por su capacidad de ritmo, su perfección técnica y su encanto a la hora de integrarse en la historia. Su director, Bill Condon, que firma una trayectoria con tantas arritmias como su película, desde su debut con ‘Hermanas’, pasando por la prometedora ‘De dioses y monstruos’ y acabando en la saga ‘Crepúsculo’, hasta volver a levantar algo la cabeza con ‘Mr. Holmes’, pues no acaba de dar con la tecla que conjugue las canciones populares con el paisaje visual. Hay nostalgia, zonas esquinadas que parecen aflorar de un musical de Broadway, guiños al Tim Burton de criaturas maléficas y bosques oscuros, aunque nada recuerde ni por asomo al mundo de Jean Cocteau. Condon parece atado por el pasado y aunque lima el posible descenso a la nostalgia, carece de intensidad y se queda en una cuerda floja entre la prudencia dramática, el respeto exagerado y el encanto de su protagonista. Falta delicadeza en las transiciones entre lo dramático y la comedia, parece mostrarse más cómodo cuando el filme está a punto de trasformarse en musical puro y duro y, por supuesto, cabe preguntarse por qué Disney se empeña en volver sobre sus pasos retorciendo y exprimiendo las posibilidades técnicas, más allá de los razonamientos crematísticos y la explotación industrial. Lo del primer personaje ‘oficialmente’ gay de la factoría Disney, el debate sobre una supuesta mirada feminista alentada por la propia Emma Watson son anécdotas de cantina en Los Angeles, fomentadas por un espíritu de mercado, que no merecen una reflexión intelectual y seria. Sin embargo es más interesante debatir si no estamos ante un musical tartamudo, integrado sin rima en una revista deslumbrante en su origen y cargada de ritmos, con lo que era lógico desafinar de vez en cuando. O preguntarse qué queda del tormento del hombre que habita en la bestia, y su contrario, y si hay esperanza aún de nombrar (o cantar) los paisajes de esa belleza interior que el filme enuncia, como una pancarta sobre el tenebroso castillo, aunque nunca acaba de creer en ella. ‘La Bella y la Bestia’ es vistosa y entretenida. Un álbum de hojas agradables con sintonía dentro donde brillan los cachivaches sonoros y objetos parlantes. Pero todo eso es pátina, apariencia, superficie. En el interior la sensibilidad y la desgarradura romántica permanecen encarceladas, secuestradas por esa constante búsqueda del espectáculo, de lujoso diseño sin hechizo.

Guillermo Balbona comenta la actualidad cinematográfica y los estrenos de la semana

Sobre el autor

Bilbao (1962). Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Ser periodista no es una profesión, sino una condición. Y siempre un oficio sobre lo cotidiano. Cambia el formato pero la perspectiva es la misma: contar historias.


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