Logan
EE UU. 2017. 135 m. (16). Drama.
Director: James Mangold.
Intérpretes: Hugh Jackman, Patrick Stewart, Dafne Keen, Boyd Holbrook, Stephen Merchant y Elizabeth Rodriguez.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
Homo homini lupus’, el hombre es un lobo para el hombre, que dijo Hobbes. Y también un lobezno. En el cine mutante de X-Men y los superhéroes la escisión con más personalidad narrativa era esta de garras aferrándose a un relato distópico, conjugado en un cercano futuro imperfecto. En ‘Logan’, despedida y cierre pero con guiño final de franquicia, conviven dos formas de afrontar una saga: esa que revela devoción por la acción y el fantástico, y la que profundiza en el aliento vital de un personaje atormentado. En esta segunda, que no siempre se mueve cómoda con la anterior, asoman las querencias por el desarraigo y la redención que subyacen en buena parte del cine de James Mangold. En la garra especial de Lobezno (al que ya había recurrido en su anterior filme (‘inmortal’), el director de ‘Copland’ instala esta violenta y agria historia donde a cada incisión mortal en el cuerpo ajeno le corresponde una reflexión sobre la muerte, la decadencia y la senectud, el toque generacional y la desesperanza. ‘Logan’ tiene un punto de brillante elocuencia en el hecho de que Hugh Jackman suma su propio desmayo físico (el actor padece cáncer de piel) al de su personaje. Hay una visión oscura que envuelve la lucha del protagonista no tanto por sobrevivir como por preservar la privacidad y la intimidad de su identidad. Esta cuestión, junto a la de la relaciones paternofiliales –ambas inherentes a la respiración de este siglo XXI–, cruza un filme irregular que cojea a veces por la falta de un enemigo con clase y no tan estereotipado como la banda de macarras que se opone en el argumento a los superpoderes, entre interrogantes y cuchillas. El duelo de villanos descafeinados pero gobernantes resulta mediatizado, afortunadamente, por una muy atractiva capa crepuscular. Hipérboles, humor ácido y guiños continuos al western alimentan y aderezan el universo del trío protagonista–Lobezno enfermo y yonqui como chófer de limusinas, el profesor Charles Xavier entre la demencia senil y el deslumbramiento ocasional, y Calibán como una especie de lúcido Gollum– a modo de extraña familia. El envejecimiento y la debilidad están compensados en la búsqueda de referencias y en una tristeza sutil y redentora. Un filme inteligente que adquiere más personalidad cuando se aferra a lo oscuro. El cineasta de ‘Inocencia interrumpida’ cercena cuerpos con tanta facilidad como siembra el campo minado de una futura sociedad, gestionada por una banda de Trumps, con gotas de redención y miradas al pasado. Entre el escéptico y huraño ‘Logan’, que pervive al fondo, y la atmósfera fronteriza nos queda seguir viendo en el televisor, melancólicamente, algunas de las secuencias de ‘Raíces profundas’.