Jackie
EE UU. 2016. 95 m. (12). Drama.
Director: Pablo Larrain.
Intérpretes: Natalie Portman, Peter Sarsgaard, Billy Crudup, John Hurt, Greta Gerwig, John Carroll Lynch y Richard E. Grant.cía.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
Todo discurre a flor de piel. Lo sofisticado y lo político, la pose y el poso. ‘Jackie’ es una opción. Arriesgada, cercana y distante a la vez, juega con el interior y el exterior, lo íntimo y lo social, lo icónico y lo mítico, lo azaroso y lo documentado. La cámara, siempre adherida al rostro, a la herida, a las sensaciones no mediáticas, es un caudal de extrañeza y entraña. Que nadie piense en el biopic al uso ni al desuso. No hay vocación de biografía, si acaso retrato de una huella. Una mirada diferente sobre un símbolo del siglo XX del que no se sabe casi nada, se cree saberlo todo y se disfraza el resto. Camelot al fondo, el reino de esta princesa sin príncipe es una pesadilla, a su vez, oscurecida por las sombras de una personalidad que transcurre en la superficialidad y que aquí asoma entre desvelos y confesiones, riesgos y atrevimientos. ‘Jackie’ es un filme inteligente que aparenta ser mainstream y es un soplo de intimismo, dolor y radiografía humana. Es una silueta dramática que obligadamente traza la silueta del mito pero que lo desnuda poco a poco sin pornografía emocional, entre la ansiedad y el vértigo, la determinación y la soledad. Y toda su cartografía física y química tiene un nombre: Natalie Portman. El primer milagro es que no parece ella (la actriz, claro). El segundo su capacidad para sostenerse en largos primeros planos. El tercero su capacidad para encauzar ese juego de contrastes, ese desfile de sensaciones confrontadas, ese diálogo entre el icono y la persona, entre la máscara y el rostro. En realidad, lo que el chileno Pablo Larrain logra es, historiografía documental aparte, filmar un sólido retrato de mujer. El cineasta ha saltado de ‘Neruda’ a Jacqueline Kennedy y lo ha hecho huyendo del tópico y centrándose en una panorámica de miradas, a modo de mosaico, en los cuatro días posteriores al asesinato de JFK, en Dallas, el 22 de noviembre de 1963. El cineasta de la magnífica ‘El club’ se mueve entre la sorpresa y la provocación, ambas ajenas al concepto de lo fácil, y entre la elegancia y la extrañeza. Poliédrico y singular, aparentemente frío, el perfil que firma el director de ‘Post-morten’ instala sus voces y sus miradas entre la entrevista que un periodista realiza a Jackie, el atentado, el funeral, el diálogo con un sacerdote (el desaparecido John Hurt), el concierto de Pau Casals y un reportaje televisivo sobre las estancias de la Casa Blanca. Todo resulta denso y el cineasta de ‘No’ maneja con destreza la fragmentación emocional, el rompecabezas de flashbacks y sentencias y rostros sostenidos. Contenido anti biopic, su milagro reside en abrir una brecha entre lo público y lo privado, uno de los territorios más sensibles del presente. La misma distancia que existe entre el vestido rosa de ‘Jackie’ manchado de sangre y esos desconcertantes planos frontales como un ángel negro buscando su cielo perdido.