Toni Erdmann
Alemania. 2016. 162 m. (16). Comedia.
Directora: Maren Ade.
Intérpretes: Peter Simonischek, Sandra Hüller, Lucy Russell, Trystan Pütter, Hadewych Minis, Vlad Ivanov.
Salas: Groucho
“¿Crees que tiene sentido la vida?”, le pregunta la hija a su padre en un instante cotidiano de conversación banal convertido en espejo de gravedad. Así es ‘Toni Erdmann’. Una película que simula ser ligera pero que cobija una ácida, a veces cruel, mirada sobre nuestro tiempo. Una sutil sucesión de cargas de profundidad envueltas en una profunda y amarga cadena de bromas que podría haber firmado Milan Kundera. Un filme jocosamente pausado y lacerante en su disección aparentemente amable de las relaciones humanas. ‘Toni Erdmann’, con estupendos intérpretes y curioso tacto, va envolviendo al espectador en diálogos donde la extrañeza, lo convencional y lo singular se entreveran con una naturalidad existencialista. Su cineasta Maren Ade milita en el absurdo y lo surreal que, al cabo, es lo que da sentido al otro lado del espejo de nuestras vidas. La cineasta de ‘Entre nosotros’ se instala de manera original, arriesgada, en ocasiones cínicamente, en ese territorio trillado pero nunca abonado del todo que se ha convertido en una de las miradas del cine contemporáneo: las relaciones paternofiliales. En este caso una hija y un padre. La primera inmersa, dominada, casi en exclusiva, en las entrañas empresariales y el mundo de las finanzas. Y él, en la periferia de casi todo y distanciado de ese universo ajeno en el que vive su hija. ‘Toni Erdmann’ es una invención dentro de la ficción. Un cuento doble, una parábola que deja sobre la mesa muchas preguntas sobre la felicidad, sobre el sentido de las cosas, sobre esas endebles certezas que se postulan seguras y no son más que convenciones y códigos que disfrazan las incertidumbres. La comedia, con momentos entre el delirio, el esperpento y el realismo estrujado por ese lado confuso de la vida, va dejando actos, ritos y vueltas de tuerca a partir de esa insólita relación entre el viejo profesor de música retirado y la incansable ejecutiva de una empresa alemana establecida en Bucarest. Maren Ade se mueve entre la aparente provocación y ese difícil equilibrio entre tomarse la vida en serio o admitir lo ridícula que puede llegar a ser. Humor y extravagancia, crueldad y ternura se alternan en una obra muchas veces hilarante, jocosa y muy amarga. La cineasta restriega sobre la pantalla los fríos mecanismos y el precio del capitalismo, la dolorosa incomprensión del otro en un juego de efecto, afectos y desafectos tan esperpéntico como conmovedor. Lo familiar y la máscara, lo superficial y lo que subyace, lo que aparentamos y lo que somos asoma entre bromas, conversaciones y situaciones tan divertidas como incómodas, caso de la fiesta nudista de cumpleaños. Una obra inteligente, que sólo se excede en el metraje, y deliciosamente dolorosa como esas bofetadas a las que sigue un beso tierno y sincero.