La autopsia de Jane Doe
Reino Unido. 2016. 99 m. (16). Terror.
Director: André Øvredal.
Intérpretes: Emile Hirsch, Brian Cox, Ophelia Lovibond, Michael McElhatton, Olwen Kelly, Jane Perry.
Género: Terror.
Salas: Peñacastillo. V.O.S.
Muerte y resurrección de la carne. Qué mejor que una morgue, a dos metros bajo tierra, para situar esta inmersión ensimismada en los enigmas del más allá. ‘La autopsia de Jane Doe’ es una cinta de producción modesta, buenas maneras, a veces con cierta inclinación al telefilme, sencilla y que busca lo claustrofóbico antes que el recurrente festival de sustos. El debut anglosajón del cineasta noruego André Øvredal fija la mirada en diseccionar la anatomía del género. Un cadáver de ojos muy abiertos, una constante referencia a ausencias y presencias y una explotación nada burda de lo siniestro constituyen los pilares oscuros de una historia claramente dividida en dos partes: en la primera la muerte, no sin gotas de humor, vertebra la tensión paternofilial que adereza toda la sombra sobrenatural y los diálogos de los protagonistas. En la segunda se concentra la invitación a desbrozar las leyes del género en busaca de equilibrio entre un moderado efectismo y lo insólito e inesperado. Jane Doe –designación convencional que se destina en EEUU a aquellas mujeres que han sido encontradas muertas pero sin identificación– es la tercera pata de un enredo que se desenvuelve en un tanatario como escenario casi único. Lo mejor reside en la limpieza con la que el cineasta de ‘Troll hunter’ evita la truculencia facilona y convierte el juego de puertas y luces en una travesía entre lo físico y el más allá. Emile Hirsch y, sobre todo, Brian Cox, aportan solidez al argumento cuando decae la tensión. Si la frialdad suele ser la norma en este tipo de producciones, aquí el CSI necrófilo genera una cierta calidez, una extrañeza formal y una mezcla efectiva de intriga y terror. La diversidad de tonos, que oscila entre la familiaridad con la muerte, demostrada por la profesionalidad de los forenses, y el precio de lo ignoto, es uno de los aciertos para que esta autopsia abra los cuerpos de los espectadores hacia esa dimensión desconocida que permite viajes extraordinarios. El filme elude lo sofisticado y usa el bisturí con destreza para crear un camino de ansiedad creciente en torno a unos personajes que encarnan lo mejor de la cinta en una sugestiva sucesión de interrogantes sobre la muerte. El cuerpo femenino es tan inmóvil pero empático como las dudas y miedos de los dos hombres. En ambos asideros Øvredal hace columpiar la trama entre el espacio como estancia y no lugar inmenso para lo que no conocemos, y la tradición de un género que retuerce la realidad hasta apagar las luces de lo racional. En definitiva, un juguete pequeño y tendido a la espera de que nuestra mirada diseccione hasta el último órgano de un género muy exprimido pero inabarcable.