Underworld: Guerras de sangre
EE UU. 2016. 91 m. (16). Acción.
Directora: Anna Foerster.
Intérpretes: Kate Beckinsale, Theo James, Charles Dance, Bradley James, Lara Pulver, Tobias Menzies.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
Los arrebatos de fe maligna e identidad de raza del personaje Fu Manchú tenían más intensidad dramática que este estiramiento de piel al que se somete a la franquicia de turno. Los encuentros pandilleros de licántropos y vampiros en esta ya quinta entrega resultan aparatosas y ridículas transfusiones de trascendencia. ‘Underworld’, con la vampira Selene al frente, se torna aquí con tono episódico un videojuego de clanes con palabras graves y endeble consistencia. Además, cuando la historia pretende ganar en dramatismo resulta patética. Confusa, pese al monólogo que sirve de cansino preludio, esta ‘Guerra de sangre’ no da ni para una mordedura de entretenimiento. La Kate Beckinsale embutida en su traje de cuero empieza a pasar de posible guiño icónico a pura máscara. Todo resulta irreal, inconsistente y artificial en esta entrega superficial que deja a sus personajes deambular por un espejismo con vergonzosos tintes de tragedia de Shakespeare y coreografías montadas durante algún guateque de guionistas neófitos. No hay energía, ni tan siquiera ganas, en esta devaluada mirada a un territorio de eternos supervivientes, muy habitado pero vacío de latido. Se habla de parentesco, familia, casta, raza, linaje, cepa, pero no hay un atisbo de abrazo que transmita en un solo fotograma una mera sombra de proteína. La palabra sangre vertebra las venas del supuesto celuloide de esta aventura techno-gótica pero la película carece de hemoglobina y todo pide a gritos donantes de talento. Si la saga pretende ser tan inmortal como muchas de sus criaturas necesitará algo más que un conjuro de la industria para seguir sosteniendo el bodrio retorcido que empieza a sustentarla. Por si fuera poco su directora Anna Foerster, procedente del medio televisivo tras pasar por series como ‘Mentes criminales’, no oculta su ejercicio vampírico para plagiar territorios de ‘Juego de Tronos’. La sucesión de batallas, más bien quedadas y botellones de sangre para jugar a la muerte y resurrección fugaz, nunca logran superar la mera y confusa ilustración dentro de un conflicto tan prolongado y reiterativo que ha perdido la esencia de su razón de ser. Mecánica y fría, bobalicona e insustancial, las criaturas de la noche son tan previsibles como inanes sombras digitales errantes. El filme resuelve su falta de criterio y la innecesaria prolongación de la franquicia con un rizo de retorcidos giros, acrobacias y mutaciones que quizás podrían servir como mucho para anunciar un bebedizo que garantizara la fuente de la juventud. El único peso atávico de este regreso es el aburrimiento. La levedad de la emoción está reservada para otros paladares milenarios.