Scarface
Scarface. 1932 93 min. Estados Unidos.
Director: Howard Hawks.
Guión: Ben Hecht.
Reparto: Paul Muni, George Raft, Boris Karloff, Ann Dvorak, Karen Morley, Osgood Perkins, Vince Barnett, C. Henry Gordon, Edwin Maxwell
Género: Cine negro.
Salas: Bonifaz. Filmoteca. Esta semana.
Un clásico lo es sobre todo por su imperecedera capacidad para transmitir. Su vorágine de factores pioneros o iniciáticos. Su alumbramiento de un camino intacto, destinado a influir, inmune a una fecha de caducidad. Un ejemplo y exponente definitivo y contundente para la historia lo firmó Howard Hawks al retratar el ascenso y la caída de un gángster, con la referencia de Al Capone siempre presente, que no ha dejado de imprimir huellas en otras generaciones de cineastas. Sólida narración, atmósfera opresiva y lúcidas a la hora de diseñar y etiquetar las interpretaciones y sus correspondientes arquetipos del género. Cine negro en estado puro, ‘Scarface, el terror del hampa’ (Scarface, shame of a nation, 1932) tiene sus raíces en míticos filmes como ‘La ley del hampa’ y ‘Los muelles de Nueva York’, ambos de Sternberg, pero el largo recorrido del género policíaco, narrando historias sobre la época de la Gran Depresión norteamericana, la ley seca, la mitificación del gángster, la reivindicación de la figura del policía, la exaltación del delincuente, o la corrupción policial, entre otros factores y variantes, tiene una parada obligada en este filme que revisa ahora la Filmoteca. Con ‘Scarface’ Hawks consiguió unas dimensiones que otras cintas de la época no lograron, dada su excepcional calidad, su facilidad para representar una isla insólita en los productos hollywoodienses del momento, y establecer muchos de los fundamentos esenciales –sobre todo simbólicos– para que el género de gángsters se hiciera realidad y se consagrara definitivamente. Brian de Palma revisó en los 80 el filme de Hawks con la popular ‘El precio del poder’. Tony Camonte, encarnado por Paul Muni, el criminal italiano sin escrúpulos que no conoce lo que es la lealtad, es uno de los primeros elementos iconográficos del género. Desde el plano secuencia inicial a la utilización de la violencia y la dimensión dramática todo se construye alrededor de esa mezcla de ambición y destrucción bajo el lema ‘el mundo es tuyo’, Y, por ende, todo discurre como un desaforado, hiperviolento retrato de antihéroe donde asoma el crimen organizado, la perversión del poder, lo implacable como un magma que desnuda ‘la vergüenza de la nación’. La radiografía de una enfermedad social con ‘cara cortada’ al frente, entre muerte, delirio y paroxismo. Lo canalla y lo demente, a medio camino entre un reportaje convulsivo y un audaz cómic en lo visual y sonoro, queda patente en la puesta en escena, el fuera de campo, el uso del sonido y la energía de las persecuciones. La marca de un filme que deja un tatuaje esencial en el rostro del cine.