Belleza oculta
EE UU. 2016. 97 m. (12). Drama.
Director: David Frankel.
Intérpretes: Will Smith, Helen Mirren, Kate Winslet, Keira Knightley, Edward Norton, Naomie Harris, Michael Peña, Jacob Latimore.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
Da grima encontrarse con una camada de intérpretes excelentes, de Kate Winslet a Helen Mirren, intentando sacar adelante semejante mamarrachada con ínfulas de mensaje sanador y pretenciosidad de hondura. ‘Belleza oculta’, una especie de manual de autoayuda todo a cien con consolador y libro de instrucciones reparador, es uno de los filmes más estúpidos de los últimos tiempos. En lo puramente cinematográfico la fábula es mediocre y salvo sus actores, como ya se ha subrayado, el resto posee traza de telefilme disfrazado de grandilocuencia cinéfila. Una especie de Capra barnizado de cuento de Navidad. Buscar la manipulación sentimental con la muerte de una hija, hecho que recorre las entrañas del filme desde su arranque, resulta patético. David Frankel, cineasta procedente de la cantera televisiva (artífice de episodios de ‘Sexo en Nueva York’ y ‘Hermanos de sangre’), y director de la taquillera ‘El diablo vista de Prada’, se limita a dejar que un reparto excelso en el que sobresalen Mirren, Edward Norton y Michael Peña, conduzca el destino de un personaje, el que encarna con desgana Will Smith, sobre el que pivotan todos los supuestos sentimientos y el manipulador y vergonzoso latido emocional de la historia. ‘Belleza oculta’ juega con el dolor y la ausencia con descarada soberbia, con diálogos ridículos y esa utilización ya manida, pero burda en este caso, de ángeles dispuestos a masajear la condición humana. El cineterapia que se marca Smith y compañía, una partitura de superación sonrojante, es además reiterativo en ritmo y forma, vulgar en lo explícito del mensaje y siempre con una meta única: alcanzar un éxtasis lacrimógeno decadente. Como melodrama no funciona ni en su tontorrona vulgaridad, ni en su utilización del sufrimiento, ni en su estructura coral de vidas cruzadas y ángeles sin alas. Cuento bobalicón con toques de realismo mágico metido dentro que parece diseñado por una secta dedicada al postureo sentimentaloide. Patética en su argumento, alcanza lo ñoño y cursi en su desarrollo, y desemboca en el ridículo. ‘Belleza oculta’, que utiliza la metáfora de unas fichas de dominó que edifican construcciones imposibles para luego derrumbarse, refleja con ello sin saberlo la propia esencia de una película cargada de subtramas y subtextos que se desmaya en cada plano ridículo de este desvarío y desastre navideño. Todo el filme es, en fin, un grotesco desfile de gurús con receta que convierte el dolor, la muerte, el tiempo y el amor en sobrecitos de azúcar con mensajes terapéuticos. Como venenoso pseudomelodrama no tiene precio. (Sólo una excepción: el personaje de Mirren lamentándose que cada vez sea más difícil encontrarse alguien que haya visto algo que dure más de ocho segundos. Toda una advertencia ante la falta de educación de la mirada de las nuevas generaciones).